viernes, 29 de enero de 2010

"Peligrosidad Social" + Flashback + ¡Zorrrrrrrra!.

En las últimas semanas leí alguna cosa por ahí, creo que donde Barbijaputa, sobre modelos femeninos. Ella hacía un comentario sobre crepúsculo y cómo el personaje de ella (ni me sé el nombre ni me interesa) era una auténtica mierda porque volvía al modelo de mujer que iba detrás de un hombre perdiendo todo sentido común y dignidad, poco más o menos. La verdad es que no me resulta demasiado sorprendente, porque parece haber una corriente de mujeres por ahí (escritoras, directoras de cine, etc.) que van vendiendo una especie de modelo social en el que la mujer está trivializada. Es un rollo sutil pero que no me gusta demasiado. En el caso de la Meyer, lo que tenemos es a una mormona, lo que hace que haya una lógica en el sesgo interno de sus noveluchas, pero también hay cosas que me parecen un rato chungas en Sex and the City, por ejemplo. Se trata de una descripción de un sector de población, mujeres profesionales de renta alta, en la que el eje central está en la vida sexual que llevan. Aunque la intención pudiera ser el comentario sobre la vida urbana de ese sector de población en los últimos años noventa, sobre la promiscuidad y el sexo, los cambios vitales con la edad, etc.; el resultado es más bien pobre y parece más una reunión de pijas cuyas vidas discurren dando vueltas alrededor de los zapatos que se van a comprar con el dinero que han hecho con sus trabajos cualificados y a que arquitecto/médico/abogado/profesional liberal se van a frinkar* y de qué tamaño tiene la tranca.
Sé que hacer una serie sobre científicos** no iba a ser muy emocionante (bueno, a menos que en los otros canales retransmitieran en directo los campeonatos mundiales de pintura de secado rápido) pero me fastidian los modelos que trivializan a la persona tanto en un sentido como en otro. Será cosa de mi madre, imagino, que después de haber corrido tanto delante de los grises y tenerme que poner sus apellidos (en 1980) porque no estaba casada con mi padre (que, casualmente, le saca 28 años), pues como que aguanta pocas gilipolleces. Ha llevado la vida que ha querido y no se ha dejado definir por haber nacido con ovarios. Me ha dado un modelo femenino por el que el feminismo no era no llevar sujetador y no afeitarse las axilas sino ser una persona que por casualidad ha nacido mujer. Eso, que parece tan obvio si uno lo piensa, encuentra una resistencia, sutil pero que está ahí, en el mundillo de la ficción televisiva y cinematográfica más pedestre (los personajes femeninos en los Soprano, the West Wing y otras series meritorias van mucho más allá de la chica que grita no.1 en el slasher de turno, por ejemplo) pero también, y sobre todo, en la moda.
Si, es obvio, la moda es uno de los sectores más sexistas que hay. Dejando de lado que es un paraiso para misóginos homosexuales***, la propia naturaleza del chanchullo montado en torno a la alta costura, hace que las mujeres sean consideradas de una forma muy distinta y que se refuercen las diferencias de género. El caso de la anorexia, fomentada para que los modelos de los diseñadores sean el centro de atención y no unas modelos especialmente atractivas, es bastante claro. Quizás por eso, entre otras cosas, aborrezco todos los dibujitos esos de Custo y sus imitadores. No puedo despegar lo que sé de esas supuestas llamadas al glamour con muñequitas anoréxicas que parecen sacadas de un Pachá élfico.

Además, haber modelos femeninos más complejos y edificantes haylos.

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Con todo lo que sabemos del cerebro aún no tenemos ni puta idea de sus verdaderos entresijos funcionales. Resulta asombroso y terrorífico a partes iguales.
El miércoles pasado, en clase, se dio una conjunción de las condiciones de luz, temperatura y yo que sé qué más que hicieron que tuviera una especie de flashback, un eco de las sensaciones que tenía en otros momentos de mi vida. De repente fue como si estuviera reviviendo el mismo estado mental que tenía allá por mediados de cuarto curso de la licenciatura, finales de quinto o hace casi un año.
Normalmente, las sensaciones olfativas suelen hacer ese tipo de cosas muy fácilmente. El olor de esto o aquéllo como lo cocinaba la abuela, el perfume de una ex o de tu madre, la vez que estabas en el monte y en medio del rumor del mar de pinos te sentiste en paz con el universo... Pero claro, el cerebro es una cosa muy cabrona y a nada que a uno se le crucen las señales (sin entrar en la sinestesia) apropiadas puede surgir cualquier recuerdo enterrado.
La sensación que surgió en mí no era, precisamente, agradable. Era el equivalente emocional a la primera vez que hueles fruta podrida: algo dulzón en la nariz que se hace repulsivo justo en la boca del estómago.

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Ayer en clase estábamos resolviendo unos problemas de una asignatura que habíamos trabajado desde la semana anterior. Algunas compañeras (por estadística, ¡qué remedio!; somos cinco chicos de 31 personas), estaban tomando algunas notas de la forma correcta de resolverlos y todo eso. Había que entregarlos, claro, pero al profesor se le había pasado pedirlos. ¿Podéis adivinar por dónde va la cosa?

Una de las compañeras, en el momento en que hacíamos el descanso en medio de las cuatro horas de clase, soltó: "¿Vas a recoger los problemas ahora? Lo digo porque hay algunas personas haciendo correcciones."

No es que la gente estuviera haciendo correcciones a lo que iban a entregar, porque la mayoría lo llevaba impreso, pero no creo que esa maniobra vaya a hacerla muy popular en el futuro, la verdad. Para empezar, la semana que entra, puede que tengamos que hacer evaluación recíproca y yo sé a quién voy a puntuar bajo.


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*Copyright de , hasta donde yo sé.
**Rigurosa.
***Ojo a la colocación de sustantivo y adjetivo.

viernes, 22 de enero de 2010

Bite 'till it bleeds.

"And you may call it irony when co-incidence collides
But I’ve had dinner with the Devil and I have seen the light
And you may call it righteousness, when civility survives
But I’ve had dinner with the Devil and I know nice from right."
-Dinner with the Devil. Big Rude Jake-

Hace unas semanas, Biónica contaba alguna cosa acerca de sus deslices freudianos, a lo que yo apostillaba sobre los míos. Bueno, no era del todo cierto. No suelo tener demasiados pero eso es porque con el tiempo he aprendido a revisar lo que se me pasa por la cabeza antes de soltarlo. Forzosamente.
Todo el mundo tiene días malos. Es inevitable, las cosas que la vida te lanza pueden hacer que acabes frustrado y encabronado: desde una cagada de perro en una acera que pasa inadvertida, pasando por aguantar las gilipolleces de los demás, hasta cosas irresolubles de verdad, como la muerte de alguien querido. A veces puede ser algo tan simple como un cambio de tiempo y la falta de luz y los cambios de presión y temperatura nos vuelven irritables o taciturnos.
Hoy no suelo tener muchos días malos "aleatorios". Alguno de cuando en cuando, con un mal humor poco justificado que hace que intente alejarme todo lo posible de los demás para que nadie tenga que aguantar mi mierda injustificadamente (claro que no puedo hacer nada sobre los que intentan meter sus narices, que siempre los hay). Hace como diez años, por otra parte, las cosas eran distintas.

Mi mal día me duró como un par de años.

No es tampoco que estuviese constantemente encabronado, de forma evidente, pero hay muchas formas de manifestar la agresividad. Si en el mejor de mis días puedo ser un poco difícil de tratar, en aquella época era completamente cáustico y no tenía demasiadas contemplaciones con los demás y sus sentimientos. Andaba todo el día como una especie de skinhead dialéctico, con ganas de gresca y dando palizas verbales a quien ofrecía la oportunidad (prefería utilizar las palabras de los demás en su contra porque era más satisfactorio y les dejaba en evidencia por no pensar lo que decían con cuidado).
Ahora mido más lo que se me pasa por la cabeza cuando alguien me lo pone a huevo. Aún así no es fácil evitar poner en evidencia a los demás, especialmente cuando me son desagradables por un motivo u otro. Los ejemplos más claros los tuve hace cosa de un mes y medio, cuando estábamos en el máster con una práctica para la que había que extraer tejidos de ratas y, obviamente, había que sacrificar a los animales. Las dos encargadas de aquella práctica para mi grupo insistieron hasta la saciedad en dos ideas y a mí se me pasó por la mente replicarles de forma un poco desabrida:

-Con este método del CO2 los animales no sufren. Tenemos además al comité ético que lo supervisa [...] (argumento repetido con insistencia obsesiva).
"Ya pero a mí me parece que lo de gasear es más por el estrés del que los sacrifica que por los que lo sufren. ¿Le suena lo de los nazis?."

-Lo de sacrificar animales es duro pero uno tiene que pensar que lo hace por el progreso y un bien mayor para la humanidad y los animales (afirmado con aplomo).
"Pues los nazis pensaban lo mismo sobre lo que hacían..."

Independientemente de lo que pueda considerarse como un actitud más o menos madura, me revienta que me intenten meter la línea del partido con actitud justificativa y como si no hubiese ya hecho mis ideas al respecto. Un argumento repetido una y otra vez de esa forma parece más un intento de convencerse a uno mismo que una cuestión racional sobre los problemas éticos que se plantean ante ello.
Dejando de lado el caso particular, creo que ha sido positivo para tener más facilidad de convivencia en sociedad, no porque me importe lo que se pueda pensar de mí, sino por necesidad de convivencia en términos aceptables, aunque he conocido a gente bastante rancia a la que los demás le dan bastante cancha, no sé por qué. Sé que eso ha hecho que tenga una imagen de tipo calmado que habla poco, normalmente, pero los beneficios de revisar qué es lo que pasa por el cerebro antes de que pase por la boca son bastantes (hay a quien le puede hacer bastante más daño del que parece un comentario bien colocado).*

Claro que otra cosa es entre amigos. Ahí ni se da ni se pide cuartel.

*Descubrí hace relativamente poco que la crueldad a la hora de hacer comentarios la heredé/aprendí de mi madre, no de mi padre. Mi madre no suele soltar este tipo de comentarios pero me llega a horrorizar hasta a mí.

viernes, 8 de enero de 2010

El Triángulo.

Con los años, he ido abriendo mis horizontes artísticos: en los libros que leía, la música que escuchaba, el cine y la televisión que veía... A la vez he ido perfilando mis criterios, además de mis gustos, lo que justifica mis (y los de cualquiera con un mínimo de sesera) placeres culpables: sé que hay cosas que me gustan que son rematadamente malas pero que sean malas no significa que vayan a dejar de gustarme; sencillamente, les encuentro valores que las redimen, mientras que hay otras cosas que, siendo buenas (por lo menos de forma comúnmente aceptada), dejan de gustarme.
Uno de los esquemas de criterios que he deducido como pilar común de la calidad artística de los productos que circulan por ahí es un triángulo cuyos vértices corresponden a tres conceptos diferentes:
-Contenido: qué cuenta (la historia).
-Estilo: cómo lo cuenta (la forma).
-Contexto: cuánto depende de su momento histórico (el tiempo).
La validez o la aplicación de estos tres conceptos a cada arte o producto artístico no es uniforme, de modo intrínseco, ya que no es lo mismo una novela que un cuadro. La aplicación de cada concepto está ponderada según el medio, ya que no es lo mismo el contenido que pueda tener un cuadro que el de una novela, aunque sea porque el cuadro cuenta con que el observador posea un conocimiento previo (lo que vendría a ser la iconografía, por ejemplo, en el caso de las imágenes religiosas).
Este triángulo, en cualquier caso, indica la calidad de una obra y la duración de éste. Esto es así porque las verdaderas obras maestras se mantienen en un equilibrio razonablemente estable entre los tres vértices del triángulo: su contenido es novedoso, está bien construido y no depende del momento histórico en que se hizo. Esta es la distinción de lo que se han llamado clásicos, las obras que permanecen en la memoria colectiva y con reconocimiento general de su calidad. En cuanto la posición de la obra se desplaza hacia uno de los vértices, se pierde esa posición que, en cierto modo, es más bien producto de la suerte que de una acción deliberada.
Las obras que se desplazan hacia uno de los vértices se hallan lastradas por defectos que condicionan su éxito y la duración de éste: hay historias bien contadas y perdurables pero que carecen de novedad en su argumento; otras tienen un argumento novedoso y perdurable pero mal contado; y otras pueden estar bien contadas y ser novedosas pero pasar de fecha rápidamente por depender terriblemente de su momento histórico. Estas suelen ser las condiciones de la mayoría de obras que tenemos a la vista: productos muy decentes pero que tienen defectos que harán que no lleguen a pasar a la posteridad con reconocimiento general. Si se hallan aplastadas contra uno de los límites del triángulo, directamente, estamos hablando de productos con unos fallos realmente terribles y que desaparecerán de la circulación muy rápidamente, a menos que sean tan malos que sean geniales (como la mayoría de la producción de Chuck Norris) por los motivos equivocados.
Partiendo de esas premisas, por tanto, quisiera especificar una serie de cuestiones. Para empezar, mi ranking de series de televisión imprescindibles:

1. Primer Nivel:
-Los Soprano.
-The Wire.
-El Ala Oeste.
2. Segundo Nivel:
-The Shield.
-Babylon 5.
-Deadwood.
-Roma.
3. Tercer Nivel:
-Star Trek: Deep Space Nine.
-Scrubs.
-30 Rock.
4. Cuarto Nivel:
-Damages.
-El Prisionero.

En segundo lugar, la música americana nunca hubiera sido nada sin los negros.

Tercero: el cine español es una chufa en la que abundan y sobran los paniaguados, los parásitos y los inútiles. Si no habéis leído Mis Problemas con Amenábar, de Jordi Costa y Darío Adanti, leedlo.

Y un par de vídeos.



P.S.: por cierto, el oráculo lo sabe todo (y si no se lo inventa). Así que preguntad.

sábado, 2 de enero de 2010

Todos somos Tony.

"The Emerald Piper. That's our hell. It's an Irish Bar where it's St. Patrick's Day everyday forever.[...]"
-Christopher Moltisanti en Los Soprano.-
Los que me conocen más o menos bien saben que en el panteón televisivo, la cumbre, para mí, está en los Soprano. No estoy solo en ello pero lo mío va más allá de los motivos formales que pueden motivar a los culturetas que consideran que la HBO es lo más de lo más cuando, en realidad, ha tenido cagadas muy gordas (A Dos Metros Bajo Tierra empezó regular tirando a bien pero se convirtió en un coñazo y el personaje de Rachel Griffiths era estrangulable con un alambre oxidado; Carnivàle se hundió en una cadena de cable en la que las audiencias mainstream no son un condicionante tan gordo...). Los motivos por los que la serie se ha convertido en algo de culto y, aún más, en un elemento central de la ficción televisiva del principio del siglo XXI, se basan en que el realismo era incondicional, más allá de la verosimilitud en el estilo, se buscaba retratar de forma pseudo-documental a los personajes sin eliminar los elementos de la construcción de ficción que hacen que progrese una historia. Se pueden percibir los detalles tanto en la construcción de las tramas (los imprevistos que le pueden ocurrir a cualquiera), la ausencia casi total de música salvo la derivada del ambiente, el rodaje con una fotografía realista, los elementos del atrezzo...
Pero aún así, ¿por qué el éxito? El motivo real del éxito de cualquier ficción está en una cuestión imprescindible: la implicación emocional del lector/espectador/jugador con su objeto de disfrute. Eso no quiere decir identificación con el protagonista, aunque siempre ayuda, sino que se meta dentro y los avatares de la narración le causen inquietud y tiren de él durante el progreso de la historia. Recientemente, la editorial Errata Naturae ha publicado un libro que recopila los análisis de varios autores sobre la serie. Independientemente de los elementos de la atracción del mal y todo eso (estamos hablando de una serie en la que los protagonistas se dedican a extorsionar, robar, secuestrar y matar... difícilmente unas actividades muy edificantes), hay un elemento que sostiene los argumentos que plantee hace ya mucho y con los que dí el coñazo a mis amigos: Tony Soprano es un reflejo de todos nosotros.
Los Soprano refleja, sobre todo, la nostalgia de Tony por un pasado que anhelamos pero que tenemos más bien la impresión de que es ficticio. Las comparaciones con la películas de Scorsese (Goodfellas, Casino) o de Coppola (el Padrino) no son apropiadas, sino todo lo contrario, porque en la serie hay muchísimos más niveles de complejidad de los personajes que en las películas que menciono, algo que deriva, en parte, del mayor tiempo de exposición para poder mostrar sus intimidades (86 episodios dan para mucho) pero también de la intención deliberada de evitar los modismos y las limitaciones arquetípicas de los personajes de los filmes que menciono (sugiero volver a ver el Padrino para captar cómo, en realidad, Vito y Michael Corleone, aunque están interpretados de puta madre, se adaptan a un molde de personaje homérico-aristotélico).
Tony es el héroe de la serie pero no es un héroe en el sentido homérico. No hay grandes retos, no hay crisis Bruce-willi-anas ni monstruos reales o transfigurados, sólo la cotidianidad aplastante y estresante que nos ahoga a todos y a la que tiene que enfrentarse como puede, las más de las veces aceptando compromisos y arrastrándose de frustración en frustración. El dinero, las mujeres y el alcohol son sólo un bienestar inquieto, parecido al Orden Mundial en el que vivimos. Todos somos Tony Soprano, precisamente, porque sus miedos, sus ansiedades, son derivados de ser una persona real en un mundo real: las cuestiones de honor, omertá y todos los tópicos de las películas de Scorsese y Coppola quedan supeditados a la realidad del mundo del capitalismo salvaje en que vivimos y el empleo de armas y violencia es sólo por el hecho de la criminalidad, la ilegalidad, no la maldad.
Aún así, si tengo que quedarme con algo concreto que represente la serie es, precisamente, la soledad (the Blackness), ni más ni menos que la sensación de soledad opresiva, que no tiene remedio, aunque uno esté rodeado de amigos e intentando pasarlo bien y que se vuelve casi completamente asfixiante. Tony tiene a una mujer que ya no le ama, unos hijos que le quieren condicionalmente, unos amigos que querrían ocupar su puesto a toda cosa, unos socios que intentan engañarlo, una madre que abusa de él psicológicamente y le chantajea emocionalmente, una colección de amantes de las que alguna es como su madre... Y eso sólo es lo de Tony. Livia, por ejemplo, es un ejemplo de persona que a veces uno puede ver por ahí y que redefine lo que es estar amargado. Da igual de cuantas personas se rodee: Tony está solo.
Una conocida me preguntó una vez acerca de la fascinación de los hombres con los mafiosos y las historias de gangsters. En el fondo, hoy, se trata de eso, de nostalgia, de unos valores que, aunque estén bañados de violencia, cualquiera puede respetar (honor, lealtad a la familia) pero que desaparecieron hace mucho. Hoy por hoy, los Soprano son sólo un reflejo de nuestro mundo y cómo los cambios han afectado a todos los niveles, incluido el crimen organizado. Resulta muy difícil distinguir dónde termina la ficción cuando nos hemos desayunado este año con tanta trama de corrupción y sólo porque estos no usen pistola no quiere decir nada.

P.S.: el lunes pillé una gastroenteritis, causada no sé por qué, que me dejó vomitando y con durchfall (me encanta la palabra, es tremendamente gráfica) toda la noche. A eso hubo que sumarle que la pasé en duermevela y como si tuviese otras cinco personas en la cama, por no hablar de mi cabeza. Algo parecido a lo que le pasa a Tony en el episodio 2x12.