No hay nada como unos cuantos días de vacaciones para poder pensar a gusto y ver las cosas sin las presiones de la rutina habitual que suelen interferir con el raciocinio. En esos momentos en que uno puede pararse a oler las flores y apreciar la luz sobre los árboles, muchas cosas quedan expuestas en su valor real y su importancia para nuestra vida y, aún más, para el universo.
Poco antes de marcharme a Dublín, esos malditos cabrones lloriqueaban la reforma del mercado laboral, o lo que es lo mismo, que en estos tiempos de inseguridad económica puedan echar a la gente a la puta calle como quieran y paguen menor cotización a la seguridad social. Como siempre, los más vulnerables deben pagar el coste de la estupidez y la codicia de los miserables que nunca han contribuido a la mejora de la sociedad, sólo han especulado con ficciones para enriquecerse e hinchar aún más sus gordas carteras (y, algunos, tripas). Luego, cuando aparecen las estadísticas de mileurismo en España, lo extraño es que no se eche más gente al terrorismo, a robar bancos o alunizajes en tiendas de lujo.
Lo más curioso, sin embargo, es que todavía haya dos incongruencias bien gordas en las que la gente sigue cayendo con desesperante obstinación. Son dos cuestiones que vendrían a ser como el elefante en la habitación del proceso productivo y que, si la gente las observase con suficiente atención, podrían servir como bases de la aceptación de un nuevo paradigma social (no de su planteamiento, del que ya hay algún modelo interesante, como el proyecto Venus).
La primera de estas dos incongruencias es la tecnológico-material. El progreso tecnológico siempre ha buscado resolver problemas materiales del ser humano generando máquinas que puedan realizar tareas peligrosas o desagradables o mejorar los procesos productivos para alcanzar un mayor grado de precisión o eficiencia. Las máquinas, en consecuencia, sustituyen al ser humano progresivamente para la realización de actividades físicas implicadas en los procesos de producción al operar de forma más eficaz, con más exactitud y menor consumo de energía y tiempo por unidad de producto. La consecuencia inevitable es que el ser humano queda desplazado de determinadas tareas que pueden ser realizadas de forma industrializada y, lógicamente, el desempleo aumenta.
Es así, la automatización remplaza a los seres humanos y los puestos de trabajo que éstos ocupaban tradicionalmente desaparecen.
Ahora bien, aunque los productos puedan ser producidos de forma más eficiente y se reduzca su coste y siendo el consumo la base del sistema capitalista, esta reducción de empleos ¿no supone una reducción de consumidores? El modelo socio-económico en que nos encontramos no puede soportar el progreso tecnológico sin colapsarse convirtiendo a la mayoría de la población en desempleados. ¿Cómo se podría sostener a esa gran masa de personas que, en principio, carecerían de ingresos? ¿Tendría algún sentido el modelo monetario?
Nuestro modelo económico se basa en una serie de premisas aceptadas por consenso, como el valor del dinero (¿realmente cuesta lo que pone en su faz un billete de 50 euros?), que pierden su sentido si no se mantiene el modelo social y viceversa. El desligamiento de la economía de los recursos materiales en sí sólo contribuye a la especulación y al establecimiento de unas categorías sociales que parten de esos abstractos sin respaldo real. Algo valdra tanto como otra persona esté dispuesta a dar por ello pero si esa persona no puede dar nada, ¿esa otra cosa valdrá nada? Si no hay nadie para comprar, ¿qué importa que haya cosas para vender?
No hablemos ya, claro, del momento en que haya inteligencias artificiales capaces de gestionar todo el proceso productivo. En ese momento los propios gestores de la riqueza estarán acabados por su falta de justificación filosófica.
Por otro lado, hay una cuestión fundamental en la naturaleza filosófica del trabajo. Lo de que el trabajo dignifica es una chorrada. No es lo mismo sentirse útil y que hay cosas que llenan la vida de uno y que el trabajo dé dignidad. La dignidad de una persona es inherente y la pierde o la gana por la ética y/o moralidad de sus acciones, no por hacer una actividad para obtener dinero. Es más, si tanto dignifica y tan bueno es lo de trabajar, ¿por qué se inventó la esclavitud?
Dejando de lado que cada persona pueda tener una predisposición de los circuitos neuronales hacia unas actividades u otras (unos ciertos talentos u otros: pintura, música, escritura...), muchas personas no pueden desarrollarlos por la carga del trabajo. Su vida pasa en actividades para sostener un medio de vida y sus potencialidades se echan a perder en cosas que nunca sinificarán nada. Incluso muchos de aquellos que se llenan la boca con la importancia de sus trabajos, lo mucho que ganan, las consecuencias de sus decisiones, no son capaces de comprender que sus vidas, al fin y al cabo, no significarán nada (sirva esto para tener un punto de perspectiva más apropiado sobre nuestro lugar).
800 Años y sigue en pie. Nada de lo que hagas en tu vida significará nada.
Las cosas realmente importantes o lo son para uno por sí mismas, por lo que suponen para nuestro interés y/o nuestra mejora personal, generando un orgullo o una satisfacción personal. Los conceptos racionales, como el aporte a la sociedad y la mejora de ésta, nada significan si no hay una implicación emocional egoista. Los seres humanos somos egoistas por evolución, por el establecimiento de unos patrones emocionales de apego a las cosas, las personas y los conceptos que condicionan nuestro modo de actuar. Decir que el trabajo dignifica sólo es un modo interesado de adoctrinar para mantener a la gente dentro del sistema y anular el individualismo y el análisis racional concreto de las estructuras socio-económicas que nos rodean.
Dentro de las cosas que importan, de las que importan de verdad, tendríamos que recurrir a una de las obsesiones fundamentales de los seres humanos desde el amanecer de la historia y antes: la muerte. La muerte es el normalizador definitivo de los seres humanos. Pone a todos en el mismo lugar y, que se sepa, no hay modo de evitarla por toda una colección de eventos inherentes a la propia fisiología. A pesar de todo, esa conciencia permanente de nuestra duración limitada, de que somos finitos, ha conducido a actividades en las que todas la reglas habituales, económicas, sociales, incluso éticas y morales, se han suspendido. Los seres humanos buscamos desesperadamente el modo de perdurar, como todo ser vivo y, entonces, las reglas dejan de importar.
A esta escala, ¿se puede hablar de dinero?
Existen los recursos para mejorar la sociedad y para cambiar el modelo productivo y social, lo que no existe es la voluntad. Los hábitos psicológicos sobre la gestión de los recursos para nuestra supervivencia y un modo de vida decente son los mismos que hace milenios y día a día la tecnología destroza los pretextos que siempre han servido para sostenerlos. El sistema se depreda a sí mismo mientras intenta perpetuarse pero las condiciones para la aparición de nuevas propiedades emergentes están ahí. No habrá una verdadera justificación para el sistema monetario cuando la tecnología haga tan ínfimo el coste de los bienes de consumo que no exista participación humana.
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Columna patrocinada por:
¡Los cereales para un despertar revolucionario!
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Recomendación del Día: Subnormality Webcomic.
3 comentarios:
Los audífonos ya se consideran de inteligencia artificial. El fin está cerca.
Esos cereales tienen una pinta más rica...
Interesante columna.
Pese a la objetividad latente de la misma, he de decir que hay que tener cuidado con esa idea de la muerte "justa". No es que sea una idea peligrosa, pero abusar de ella sí que lo es.
Un saludo.
Es retórica que en caso de que fueramos una especie verdaderamente civilizada estaría de más. Sin embargo, a la vista de los hechos, parece que el aprendizaje social sólo es viable cuando hay cadáveres de por medio. Con los medios de comunicación actuales de por medio, sin embargo, el número suele ser menor (si estos prestan atención, claro, porque el hambre sistemática en ciertos países del Tercer Mundo sigue siendo atroz).
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