A raíz de
la última columna de Mosky, me surgió, de forma más o menos intuida, aunque debía estar cociendo desde hace tiempo dentro de mi cabeza, la relación cultural y socialmente anímica entre el
Cyberpunk, el
Steampunk y nuestro mundo o sociedad.
La movida de wikileaks de la liberación de documentos y los intereses que pueden hallarse detrás de los nobles propósitos de claridad y limpieza en la información que los gobiernos proporcionan a la ciudadanía da pie a plantearse de forma seria que, dejando de lado a los rusos (la cleptocracia del momento) y a los chinos (la dictadura autoritaria por excelencia), quienes difícilmente se ruborizan al dejarse en evidencia sus abusos de las libertades y derechos humanos, es probable que haya grandes grupos de intereses económicos y corporaciones detrás de estas maniobras. Va muy en la línea de argumentar que los gobiernos tradicionales están en declive y que todos los servicios que prestan podrían ser privatizados (algo que la última crisis global ha desmentido, sobre todo cuando Alemania y Francia han mantenido el pulso firme de sus economías mediante un intervencionismo nada disimulado).
Dejando de lado la noticia reciente, lo que queda es la idea, que ya tenía muy asentada, de que el Cyberpunk hace tiempo que pasó de ser ficción especulativa a una especie de crónica realista de nuestro tiempo sólo parcialmente deformada por la falta de ciertas informaciones. El futuro de William Gibson en los años ochenta es nuestro presente, mutatis mutandis. Las megacorporaciones de poder desproporcionado son un hecho desde hace años y la voracidad de Microsot, Google y otros son un reflejo de la lógica monopolista del neoliberalismo económico, la misma situación del entorno reaganiano en el que escribía Gibson. La privatización y mercantilización de casi todo es otro signo similar y no hay que esforzarse demasiado para ver que los contratista de seguridad que han operado y operan en Irak y Afganistán no son más que compañías de mercenarios que trabajan para las compañías privadas que operan en ambos países tan pronto como lo hacen para los gobiernos de ambos estados. De momento las formas y las acciones en los mercados han evitado la violencia física utilizando estos agentes (sin incluir el espionaje industrial, claro) pero no hay que descartar nada en la lucha por los dividendos.
Es cierto: no tenemos las nubes cerradas y el entorno opresivo del Cyberpunk pero a lo mejor es que no nos estamos fijando bien o que el cambio ha sido tan gradual que no lo sabemos captar. Los bloques de publicidad de cualquier cadena mayoritaria nos lanzan un lenguaje de encefalograma plano y una realidad pequeñoburguesa que, comparada con lo que se percibe en la calle, sólo se adapta a un sector de población que sólo podemos definir como los esclavos corporativos, los
sarariman que ni siquiera son
sarariman porque ya ni siquiera en Japón se opera con aquellos principios feudales por los que uno entregaba su vida a la compañía a cambio de que la compañía te asegurase tus medios de vida. Sales a las calles para contemplar algo que convierte
Blade Runner en crónica social mientras la televisión te remite a una vida pequeñoburguesa que sólo pertenece a los lacayos de las compañías.
Aquí estamos, 2010. El Steampunk asciende como corriente estética. ¿Dónde está el atractivo de un futuro pasado, de esa tecnología que nunca fue basada en el vapor y el carbón? Dando de lado los aspectos de imagen, ciertamente de un barroquismo y un estilo reconocibles, hay algo reconocible, aunque a lo mejor no tan obvio: el futurismo, el optimismo que radicaba en las visiones de Verne y de Wells que confiaba en que la tecnología mejoraría nuestras vidas. El ascenso del Steampunk es una reacción frente a un presente en el que la tecnología no nos ha resuelto la vida, si no es que no nos ha vuelto más esclavos de ella misma y de los poderes fácticos (medios de comunicación que nos bombardean con los anuncios, el Spam, el estar controlados y localizados por el móvil, etc.) o directamente está destruyendo nuestro medio ambiente (contaminación, cambio climático y calentamiento global...).
La atracción del Steampunk responde a la necesidad humana de buscar un futuro que, ahora mismo, nos resulta oscuro. Al contrario de lo que argumentaba
algún gilipollas, no se ha producido el fin de la historia pero si que se ha producido el fin del futuro. Ha dejado de existir la aspiración por un futuro mejor ya que se ha proclamado que la utopía es inviable e irrealizable, sólo existe un presente perpetuo en el que las cosas son como son y en el que las
mejoras y los cambios que pueda haber sólo podrán ocurrir dentro de las reglas del juego que están establecidas. 1984 en versión capitalista liberal o, si se prefiere,
Un Mundo Feliz.
En medio de la crisis económica en la que estamos, las evidencias están ahí para verlas: la guerra constante en la que el enemigo es Eurasia, y siempre ha sido Eurasia, es sustituida por las crisis regulares del mercado en las que los especuladores rebañan el pastel sacando beneficio de la destrucción del tejido productivo de los estados. En vez de destruir físicamente los recursos producidos en las fábricas en la guerra contra Estasia, que siempre ha sido nuestro enemigo, los recursos son destruidos en las crisis del mercado y por la obsolescencia programada para generar una necesidad constante de consumo.
El sistema, claro está, queda en manos de los productos electorales de turno, cuya competencia, más allá de los talentos y capacidades de sus miembros, siempre estará limitada por los mercados, las manos invisibles y otros poderes cuya entidad se aproxima más a la metafísica que a lo material. Si los objetivos del marxismo y el socialismo científico son una utopía, al considerarlos fuera de un marco leninista, que se aproxima a la religión, los postulados del capitalismo neoliberal no son mucho mejores: el comunismo busca inmanentizar el escatón (motivo por el que las religiones lo aborrecen: no pueden tolerar un paraiso terrenal, si no se quedarían sin negocio) pero el capitalismo emplea figuras que refieren a la retórica de las divinidades y del destino.
El futurismo lleva años muerto o en coma porque, precisamente, el futuro carece de atractivos. La carrera espacial dejó de tener interés cuando no había unos soviéticos para competir, así que ¿por qué molestarse en marcharse fuera? Podíamos conseguir el paraiso en la Tierra (en versión capitalista y a un precio asequible, claro está). Se acabó soñar con las estrellas, que eso es algo muy caro y no interesa a los votantes. Aquí está toda la aventura que podemos necesitar: televisión, consolas, internet... Y mientras, todos esos medios de comunicación cumplen poco con su nombre y son empleados para vendernos la próxima mierda que no necesitamos y la próxima moda a la que debemos adaptarnos si no queremos ser unos raros y unos marginados y queremos encajar en el grupo; modas, claro, que sólo esconden la necesidad de seguir vendiendo para que la bicicleta del negocio se mueva, no importa que eso implique consumir recursos, no importa que eso no repercuta, no ya en nuestra calidad de vida, sino en nuestra felicidad.
Mientras mucho chupapollas va por ahí alardeando de que hace falta una reforma laboral (sobre los trabajadores por cuenta ajena claro, porque ellos se levantaron por los cordones de sus propias botas), lo que no tenemos es un futuro, con reforma o sin ella, y no a nivel de país sino de especie. Quizá, si en algún momento se reúne suficiente gente despierta, esto pueda cambiar pero por el momento no hay muchos motivos para sentirse optimista.