Se acaba el verano y, de algún modo, se reinstala cierta normalidad en el ambiente, por lo menos en lo que se refiere al tráfico y a los trabajos, porque los colegios aún no han empezado. Habrá que darle tiempo pero poco más.
Mi normalidad, ahora mismo, es un poco un asco. Independientemente de las rutinas que tengo, más o menos, autoimpuestas, lo de salir a correr, el Kárate y eso, mi búsqueda de empleo sigue siendo infructuosa y no tengo claro si mi vida está pasando de largo o la estoy dejando pasar yo. He movido alguna cosa y de hecho, quizás pudiera acabar en Galway, Irlanda, pero...
Hay una cierta mezcla de pereza, aprensión y apatía porque, por positivo que fuera a nivel profesional, tendría que sacrificar las cosas que me importan y que me han sostenido en los momentos realmente malos. Dejar atrás a mis amigos no me hace gracia, aunque sé que sería sólo por una temporada, sobre todo porque mis fobias sociales se manifiestan con más facilidad cuando el entorno me resulta completamente desconocido. Además, para facilitar las cosas, me obsesiono pensando en la logística del asunto (esas pequeñas cosas de hacer una semi-mudanza, ya sabéis) y me dan ganas de hacer una auténtica mudanza... a un monasterio Shaolín o algo parecido.
Meto en el cálculo las cosas que quisiera hacer aquí, como, de una puta vez, sacarme el primer Dan de Kárate, lo del carné de conducir y poder estar con mis amigos y la verdad es que no lo veo claro. En contra de lo que quisiera para mí mismo, soy bastante reticente a ciertos cambios vitales y mi pesimismo no ayuda a afrontarlos con decisión. Claro que eso si dice algo sobre mí mismo.
Entiendo que en la vida hay tres tipos de situaciones decisorias: aquellas en las que la decisión está tomada ya en tu lugar (y si no te gusta sólo te queda la pataleta); aquellas en las que todavía puedes maniobrar un poco (y acomodar la situación a tus intereses); y aquellas en las que tienes que decidir tú solito (las que, supuestamente, te convierten en un adulto). Muchas veces intento convertir estas últimas en situaciones del segundo o, incluso, del primer tipo, porque me falta, o considero que me falta, información para tomar una decisión correcta (que sería aquella en la que me quedase satisfecho con el resultado, así a grandes rasgos). ¿Signo de cobardía? Miedo al fracaso, sea eso lo que sea, y un modo de escurrir el bulto y justificarme psicológicamente argumentando que, al fin y al cabo, no tomé la decisión yo: las circunstancias resultaron así, no pude llegar a tiempo a la reunión, se me pasó llamar a esa persona...
Cuando el año pasado tomé la decisión de dejar el labo del infierno (and good riddance!), sabía que iba a quedarme en el paro y ni puta idea de qué iba a hacer ni qué iba a pasar pero si sabía por lo que estaba pasando en ese momento: ese irme a la cama a las doce y no dormirme hasta las dos, esas tardes de domingo que me revolvían el estómago y en las que deseaba que me cayera un asteroide encima para no tener que volver, esas mañanas en las que llegaba antes que nadie y me ponía a trabajar en soledad conteniéndome las lágrimas... Entrar allí fue un ejemplo de mala decisión redomada y, simplemente, corregí como pude y aún sintiéndome culpable por haberme marchado, con mi autoestima profesional (la única que he tenido durante mucho tiempo) aniquilada y sintiendo que había fallado a los demás tanto como a mí por no haber tenido la fibra para aguantar.
Del mismo modo, no tenía ni puta idea de qué es lo que iba a resultar cuando me marché a Florencia hace dos años pero lo disfruté a lo grande. El problema es que el cerebro humano es un auténtico hijo de puta: en lo que se refiere a los antecedentes, tomamos decisiones empleando las experiencias pasadas como una especie de baremo empírico que no sirve para nada por la cantidad de información oculta que hay en una situación real de este tipo. Hay tantos putos factores de por medio que intentar hacer una proyección del resultado es sólo consumir energía inútilmente y, como me ocurre a mí, generar ansiedad injustificada si se tiene un sesgo de percepción negativo (ahora vendrá un puto psicólogo a robarme la expresión pedante, seguro XD).
Y todo esto sin tener ni puta idea de si me cogerían o no para el puesto...
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Relacionado en cierto modo, el otro día, después de Kárate, estuvimos despidiendo a una compañera que se marcha a París durante un año, de Erasmus, y todo eso. Estuvo bastante bien para lo que hicimos (un botellón improvisado en un parque cerca del dôjô, a nuestras edades... XD) y en la conversación fui viendo detalles de mis compañeros fuera de clase, cosas que, por otra parte, ni me imaginaba (una de ellas, según me contaban, por lo visto, es de un rollo medio Gothic Lolita; vestido rosa e ir a bailar gótico, WTF? XD. Claro que a lo mejor ni se imaginan que en invierno más de una vez visto como un criptofascista...). El Karate-gi es lo que tiene, que uniformiza y elimina diferencias que te ocultarían a la persona por anteponer tus propios prejuicios (motivo por el que no me opondría a ello en las escuelas públicas, precisamente). Es una experiencia positiva y, la verdad, no me importaría nada salir y quedar más a menudo con ellos fuera del dôjô.
El caso es que una de las cosas que discutimos, relacionada ya más con lo nuestro, fue el tema de la licencia y el carnet de federado, a raíz de un comentario de otra persona sobre situación de defensa personal que había surgido por la profesión de un compañero o compañera que es médico. Debido a la legislación española, es poco conveniente que alguien que practique artes marciales lleve ese documento encima, ya que facilitaría determinar ese concepto de "desproporción de fuerzas" que se aplicaría en caso de tener que usar la instrucción. No hay que facilitarle el trabajo de denunciarte a alguien a quien le has curtido el lomo si has tenido que defenderte, claro.
Sin embargo, en eso me acordé de una situación de hace... no sé, por lo menos cinco o séis años ya. Un día, yendo (o volviendo, no me acuerdo bien) de tiendas de cómics y eso en la zona de Callao, cuando bajé al metro, en el hall principal, el único que había entonces, había un par de seguratas bastante inquietos, pero por el lado de lo aterrorizado, y con las defensas (si, esas que sirven para defenderte atizándole hostias a otro, vaya) fuera, que intentaban controlar a un auténtico y genuino chiflado. No sé si por la situación o qué, recuerdo al tipo como largo, espigado, pero si que era fibroso, quizás porque parecía un mendigo de alguna clase. Tenía aspecto ligeramente desaliñado, con barba y pelo negro medio fundamentalista musulmán, los ojos de loco genuino, estirado y se acercaba lenta pero inexorablemente a uno de los seguratas, que blandía la porra con la seguridad de uno que blande un palo afilado frente a un oso de quinientos kilos en canal, con la mirada penetrante y murmurando algo con cierta cadencia que indicaba que estaba pirado y hacía tiempo que perdió sus canicas.
En esto que una pareja de policías municipales de moto llegaron y pasaron por uno de los accesos de salida (que estaba abierto para ellos) a espalda del tipo éste. Los dos fueron directos a por él y uno de ellos le cogió por el pelo y tiró directamente de él para atrás. En pocos segundos lo tenían en el suelo y esposado por la espalda. La cosa se quedó ahí pero, seguramente, el segurata no podría dormir tranquilo durante un par de días, me parece a mí.
La imagen me parece lo más próximo que nunca he visto a uno de esos sectarios de Lovecraft o de cualquier otra obra que tenga por medio satanismo o cosa así. Un auténtico pirado que resultaba perturbador por lo desconectado de la realidad que parecía y cómo se guiaba. Una mierda realmente terrorífica.
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Tengo que añadir a mis frustraciones que nunca llegaré a contar mis miserias con tanta gracia y desparpajo como Allie Brosh. Resulta terrible pensar que tienes un margen de sentido del humor y que no te tomas tan en serio a ti mismo y, de repente, descubrir que eres un pringado más. XD
1 comentario:
¡Tremendo eso de Allie Brosh!
Sedentarismo psicológico, quizá eso es lo que te retiene aquí, o lo que te retendría aquí si se te abrieran de forma definitiva y directa una puerta laboral en el extranjero. Por estadística en proporción de millones amistades buenas se encuentran en todas partes. Puestos de trabajo en los que uno se sienta realizado y encima se valore lo que haces... ¿en milésimas? ¿diezmilésimas?
Bailar gótico es una compleja técnica de danza en la que prima el equilibrio y el objetivo es evitar que se pierdan los mil y un complementos góticos de marca que se lleven encima.
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