lunes, 7 de junio de 2010

Hijos Únicos.

Últimamente me tienen ocupado las prácticas del máster y me apetece poco escribir, si bien es cierto que me disuadía más el tener que hacer la memoria/proyecto de las prácticas, revisando la bibiliografía y componiendo el documento. Se me hace difícil justificar el estar escribiendo en el blog cuando tenía que hacer lo otro pero como he nivelado la situación bastante (y he metido cerca de 30 referencias del tirón: se van a cagar), me lo puedo permitir, creo yo.

Una de las cosas que he planeado para después del máster de una forma más o menos inmediata es abrir un Malta de 15 años que me regaló por mi cumpleaños un amigo que estuvo viviendo en Escocia durante el último año por aquello del trabajo. Es un buen whisky y luce bien en la botella pero estas cosas están para lo que están y por lo menos un amigo ya me lo ha reclamado pero hace falta tener la ocasión propicia.
De lo que me he dado cuenta, sin embargo, es que me da aprensión romper el sello y abrir la botella. Una botella llena y sin abrir es algo perfecto en sí mismo, como concepto, y cambiar eso supone alterarlo, cambiarlo de forma irreversible. Hay otra cosa detrás, claro, una especie de sensación de escasez, de acaparamiento: de que algo (la botella, por ejemplo) se acabe y preocuparme por ver cómo consigo otra o tener que conseguirlo, básicamente. Es algo que noto con pequeñas cosas pero que me resulta irritante.
A efectos prácticos, sin importar que tenga hermanas, las hijas de cuando mi padre estuvo casado por primera vez, soy hijo único. Soy egoísta y territorial pero de crío nunca fui especialmente mezquino ni cabrón de coger las cosas de los demás porque si, más bien lo era a la defensiva, de mantener mis cosas. Mis padres me enseñaron a compartir e hicieron bien su trabajo pero siempre me reservaba cosas para mí, marcaba ciertos límites que también ellos supieron reconocer (todo el mundo tenía y tiene sus juguetes preferidos). Con lo único que siempre mantuve una especie de relación extraña de territorialidad marcada fue con la comida, algo que debería ser más normal en familias con varios hermanos.
Mi actitud con la comida, además, resulta bastante especialita porque lo que me irrita es compartir ciertas cosas de comida y bebida. Me repatea tener que compartir las galletas y el chocolate, la Coca-Cola o las cervezas. Me fastidia tener algo de ese estilo que me gusta y me guardo para mí y que se me acabe o que se lo apropien otros, especialmente cuando no dicen nada al respecto, no dicen que se ha terminado ni nada parecido. Es infantil y pueril, lo sé, pero lo llevo arraigado sin que tenga demasiada explicación, sobre todo porque nunca he pasado necesidad que merezca tal nombre pero creo que debe ser de las pocas manías de hijo único que tengo si descontamos la territorialidad física pero a cada uno lo suyo.

3 comentarios:

Centro Picasso Vilnius dijo...

Aquí otra hija única. Yo era tremendamente egoísta, del peor tipo. Concretamente con los juguetes nuevos. No me importaba compartir nada que no fuera nuevo, pero en cuanto me compraban un juguete, me encerraba en casa y no quería que nadie más tuviera la exclusiva.

A saber de dónde sacaremos estas manías...

AkaTsuko dijo...

Yo he sido hijo único durante 10 años, y aunque no puedo presumir de ninguna particularidad psicológica al respecto, comparto lo de la territorialidad en la nevera. Y durante las comidas en compañía, sobre todo me cabrea cuando está claro que las raciones que hay disponibles son poco más que individuales.

a1 dijo...

Jejeje, a mi lo de que se acaben algo y no lo digan me mata. Yo tengo que tener SIEMPRE variedad de dulces y de cositas de picar para tomar exactamente lo que me apetexe y pensar que lo tengo e ir a tomarlo y que no este.... No lo sopoooooooorto!!!

Jeje, no estas solo