-La casa es una pequeña villa en la Toscana, dentro del término municial de Florencia, con un huerto en el que se yerguen desafiantes dos manzanos: uno da manzanas rojas intensas; el otro da manzanas amarillas. En el huerto en sí están mis cultivos de espinacas, broccoli, pepinos, calabacines y los putos tomates de los cojones, que me han costado esfuerzos y desvelos. Mantengo las plagas de insectos a raya con piretrinas de los crisantemos que crecen delante de la casa, que extraigo yo mismo, y por suerte he podido controlar los hongos.
-La casa no es grande, tiene un atrio con un impluvium (del que aprovecho el agua para riego) y las habitaciones se reparten en torno al mismo, que en verano hace las veces de sala de estar. La casa tiene estilo romano, con las paredes enfoscadas y pintadas en un amarillo ligeramente anaranjado que contrasta con las tejas. Los marcos de las ventanas parecen sacados de un decorado de Samuel Bronston. El diseño aprovecha toda la luz natural posible, incluidas placas solares y toda la pesca.
-En uno de los laterales de la casa está la cocina, que tiene una especie de porche cubierto por fuera donde unos tipos me montaron un horno de leña (que me ha costado más de un pan y de una pizza carbonizada aprender a manejar). De vez en cuando preparo comidas al fresco con un buen éxito.
-Mi tiempo se reparte entre atender el huerto y escribir, escribir y escribir. He conseguido colocar unas novelas negras que no tienen malas ventas (hemos vendido los derechos de una traducción en inglés) y que los críticos han calificado como trasnochadas, con un estilo chandleriano pasado de moda, sin saber que eso me causa mil orgasmos internos. Periodistas y otra gente han querido entrevistarme pero mantengo mi anonimato como Thomas Pynchon. El actor que empleamos para la foto de mi ficha está hasta los cojones de que le confundan en la calle y maldice el día en que le contratamos.
-Por lo menos un par de veces por semana bajo a Florencia a pasear, meterme en la Santa Croce sólo a escuchar la multitud entre sus muros y dejarme llevar por el espíritu de la historia. Hay una chica bastante mona en una heladería, un poco más baja que yo, morena y con los ojos azules, que me echa miraditas cuando voy por allí de cuando en cuando pero me hago el tonto. No tendría futuro: mi italiano es una chufa y parecemos dos simios epilépticos al comunicarnos por gestos.
-Acogí a un alumno necesitado de la universidad de al que doy clases particulares, en inglés, de algunas de las asignaturas de biología. Le moldeo la cabeza un poco en torno a cómo enfocar el trabajo y soy más cabrón con él que sus propios profesores pero al menos le está rentando.
-Por las noches, cuando no llueve, salgo al porche que queda detrás de la cocina y me quedo mirando las estrellas. Por suerte, buena parte de la luz de Florencia queda atenuada por las colinas y puedo ver las constelaciones. He pensado que quizás haga una especie de planisferio y mientras me tomo un espresso considero seriamente comprar las pinturas.
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