viernes, 26 de febrero de 2010

La Torre de Marfil.

Estoy en una encrucijada. La semana que viene tenemos que entregar ya las solicitudes de las prácticas del máster y la verdad es que no estoy demasiado seguro de qué pedir: las prácticas en empresa son 4 o 5 plazas para como una docena de personas y las que queden serán en la facultad o en ese antro infernal que es el CNIO. Me preocupa una cosa, la continuidad, y, aunque en la facultad hay una persona con la que no me importaría quedarme (casualmente, una profesora a la que casi todos consideramos una bruja cuando la tuvimos por primera vez), el CNIO no tiene buena fama por su competitividad (otra cosa son sus publicaciones).
El problema es hasta que punto depende de esta decisión mi futuro. No estoy en el mejor momento para tomar decisiones (por lo de mi abuelo, porque estoy hasta los cojones de la teoría del máster y porque este tiempo de mierda me harta y preferiría irme a vivir a una cueva en vez de esta puta lluvia). Por otra parte, el estrés también ha hecho que aumente dentro de mí la irritación y la indignación con la actitud que mantienen todos hacia el status quo del mundillo científico, especialmente porque la motivación última es artificial.
Con todas las conferencias que hemos tenido sobre el tema, he quedado reafirmado en que la mayoría de la gente que hace investigación sobre temas de biomedicina está mucho peor que la gente de ciencia básica. La ambición por publicar al más alto nivel algo sobre cáncer y todo eso no significa que el avance sirva para llegar a nada práctico que permita combatir la enfermedad: la mayoría de publicaciones dilucidan las bases de la patología o, si acaso, permiten obtener marcadores de diagnóstico. Muy rara vez se obtienen moléculas quimioterápicas o métodos que permitan acabar con un tipo de cáncer de una forma directa. La propia naturaleza del cáncer (que es un conjunto de enfermedades basadas en la formación de tumores y la metástasis de estos pero cuya base molecular es muy amplia y diferente) hace que la idea de tomarse una pastilla o una forma de terapia sea algo ilusorio. Wishful thinking del bueno.
La gente que se mete en esto y le dedica jornadas de doce horas, fines de semana y demás para una puta publicación lo hará por sus motivos: progresar, obtener plaza, prestigio, etc. Cosas que, en el momento, importan poco o nada. Eso sin mencionar los duelos de ego y las movidas realmente chungas de las cabezas de cada uno. Y se olvidan del problema: la gente se muere de cáncer.
Y digo cáncer porque las investigaciones sobre la malaria o sobre enfermedades que les pasan a los negros, a los pakis, a los sudacas, esas no cuentan. O por lo menos no cuentan de verdad para la mayoría de investigadores porque son muy jodidas (el plasmodio de la malaria muta sus antígenos y por eso no hay vacuna que valga, por ejemplo) o la gente que las sufre no da dinero para desarrollar un fármaco seguro (claro que adivinad dónde se prueban algunos de los fármacos que se producen... John Lecarré no se pilló los dedos al escribir el Jardinero Fiel). Verdaderos humanistas, de verdad.
El problema es que, por mucho que se diga que la gente de investigación científica vive de lo que le gusta hacer, también eso estimula que vivan en una torre de marfil, metidos en un circuito de ficciones y artificios que sólo tienen sentido a la hora de sus propias necesidades personales de seguridad laboral o de ego. Barbacid, esa luminaria de la ciencia, publicó sus hallazgos sobre Ras hace veinte años, por lo menos y todavía no se ha hallado ningún fármaco que funcione con esa base molecular. No es fácil, para nada, pero aquí se le sigue tratando como el tipo que más sabe de cáncer y otras expresiones parecidas que no están a la altura de lo que es: un estudioso de la biología venido a más. No ha aportado una solución al problema, igual que Bernat Soria no ha aportado ningún uso práctico que resuelva nada con sus células madre, sin embargo, ambos son dos salvadores del mundo. Se les alimenta el ego desde las publicaciones de prensa corriente y la opinión pública no implicada en el mundillo, en vez de ser puestos en su sitio, de recordarles que no son semidioses por derecho sino gente privilegiada que disfruta del uso de fondos públicos sin garantías de resultados y que deberían ser más humildes y no ir de iluminados por la vida.
Además, arrastro cierta culpabilidad. La situación de mi abuelo lo ha reforzado, poniendo el punto de estrés apropiado a la situación, pero las decisiones equivocadas tomadas en el pasado (meterme en el laboratorio, elegir mi licenciatura, no haber trabajado lo suficiente cuando estaba en el instituto para haber cogido una ingeniería y otra lista de gilipolleces sobre las que no puedo hacer nada ya) y mi inseguridad respecto a los resultados que puedo obtener y esa vena obsesiva acerca de intentar controlar la situación en vez de dejarme llevar por ella, me han sacado un complejo de culpa atroz y que es lo que me ha dejado exhausto a estas alturas.
Esta semana me han vuelto a repetir algo que se me ha grabado, aborrezco y que es por lo que, en la práctica, la decisión de optar por la empresa privada casi la han tomado por mí. Eso de que en el trabajo investigador no se puede desconectar es aborrecible. No lo entiendo ni lo comprendo, no lo entenderé ni comprenderé ni lo quiero entender ni comprender. ¿Qué cojones se supone que nos hace especiales? Los médicos, los psiquiatras, los bomberos, los policías, los ingenieros, toda una colección de profesionales que hace cosas realmente valiosas por la sociedad no sólo pueden desconectar y relajarse sino que además se les recomienda. El médico o el psiquiatra no pueden obsesionarse con sus pacientes, los policías no pueden quedarse pensando al final del día en lo que vieron en tal o cual situación o ante la escoria humana con la que tienen que tratar día sí y día también, los bomberos no pueden pensar en si pudieron salvar a tal o cual persona... Pero los investigadores tenemos que estar centrados todo el puto tiempo en la mierda que tengamos entre manos, aunque no vaya a ser más que una mierda que aparezca en un artículo de una revista que leen cuatro mataos que la consideran el centro del universo y que a los cuatro meses otro matao te lo reviente porque ha descrito algo que a ti se te pasó.
Aborrezco este sistema de mierda. Aborrezco un sistema en el que no se intenta evitar la conducta obsesiva sino que se fomenta y se estimula. Sólo puedo concluir que los que construyeron la torre de marfil y se encerraron dentro son unos dementes y prefiero no estar dentro cuando se venga abajo.
Y ahora, el que quiera que llore por las tijeras de la ciencia.

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Cambiando los coches por lo que corresponda, esto es exactamente así.

sábado, 20 de febrero de 2010

The Weirdest shit happened to me the other day...

He tenido semanas mejores. La semana ha sido bastante asquerosa por diferentes motivos pero empezó siendo bastante mala con el tiempo atroz que hizo en Madrid (que me garantizó dos días de malestar psicológico, ya que no físico) y la decepción que supuso la visita a una de las empresas que ofertan prácticas en el máster y en que pensaba que me podría gustar el trabajo. La verdad es que lo que nos enseñaron parecía más un intento de impresionar a los nativos que otra cosa y, operativamente, me pareció que el trabajo debía ser un asco. El precio de la automatización.
Además de eso, las siete horas, entre lunes y martes, de conferencias sobre sus líneas de trabajo me parecieron más cercanas a un mitin norcoreano que a una explicación razonada de sus líneas de actuación. Pero, por si eso no fuera suficiente, el martes se sentó a mi lado una de las becarias de la empresa, lo que no tiene nada de raro: la rara era ella. Independientemente de que fuera mona (que lo era), la tía se movía todo el rato en su asiento y se dedicaba a apoyarse en el mío y a quedárseme mirando de cuando en cuando. Independientemente de las coñas que hicieran ayer mis compañeros, esa tía era rara. Creo que rara de las de enviar anónimos o por ahí.
Por cierto, en el último día, última conferencia, se disparó una alarma de lo que fuera y nos desalojaron a todos. Luego pareció ser una falsa alarma o un simulacro. Yo que sé. El caso es que si tuviera que creer en los presagios, desde luego, me lo tomaría como tal.
El resto de la semana no fue mucho más interesante pero, siguiendo en lo de ver presagios, ayer me cayeron dos bollos de la máquina en el descanso al echar sólo dinero para uno. Un poco de buen karma no viene mal pero menuda compensación más birriosa. Luego, al volver de clase, en Atocha crucé a unos que habían sido pillados con una maleta gorda llena de droga o algo así. Un maletón del carajo. Esos seguro que pasan tiempo de talego.

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Hora y media después de la publicación original de esta columna, mi tía llamó a casa para comunicar que mi abuelo había muerto.

Go. Fucking. Figure.

I've had better days, better weeks and better years.

viernes, 12 de febrero de 2010

Las Heroínas de Masamune Shirow.

Hace ya tiempo, cuando empezaron a popularizarse el manga y el anime en España, o sea, más o menos por el 1991 con Saint Seya/los Caballeros del Zodiaco y, sobre todo, con Dragon Ball, uno de los primeros autores en ser publicado y que tuvo bastante éxito (en Europa y EEUU también), fue Masamune Shirow. Shirow se caracterizaba por ser un tío raro para el modelo de autor de manga por varios motivos: se guionizaba, se dibujaba y se hacía prácticamente todo el trabajo de sus obras él solo y no con un estudio de asociados como la mayoría; se mantenía anónimo porque tenía un “trabajo de día” de profesor de secundaria; sus historias y sus guiones tenían un estilo muy occidental, que parecía más relacionado con las películas de acción americanas y con el cyberpunk de William Gibson que con la tradición japonesa; y metía mucha, pero que mucha miga filosófica a sus historias de una forma más o menos evidente.

En el momento en que se le empezó a publicar por aquí, allá por el 1994, sus obras fueron de las más vendidas: Appleseed, Dominion, Black Magic, Orion y, sobre todo, Ghost in the Shell. En buena medida, su éxito radicó en ese estilo que atraía a los fans de la Jungla de Cristal, Aliens, Terminator y el cine de acción clásico de los 90, especialmente a los que por entonces estábamos en la adolescencia; y también a que un par de las primeras cintas que sacaron al mercado los de Manga Films (por entonces aún sacaban anime) fueron, precisamente, Dominion, con su aire de comedia un punto melancólica, y Appleseed, que era puritito cyberpunk que hurgaba en la naturaleza humana.

Las cintas fueron facilitadores para la reputación de Shirow y sus títulos pero lo que realmente hizo que pegara el pelotazo y se convirtiera en un referente fundamental del manga y el anime fue, sin ninguna duda, la salida en 1996 (aunque era de un año antes) de Ghost in the Shell, la película de setenta y tantos minutos que adaptaba su, por entonces, última obra. El material original era cerebral, lleno de notas al pie de cada viñeta, en los márgenes de las páginas y, prácticamente, en cualquier espacio libre. Shirow había hecho un manga en el que había volcado todas sus obsesiones y cuestiones sobre el indivíduo, la existencia y la vida en un sentido muy zen, algo que había prefigurado en Appleseed pero que aquí había saltado por los aires. Era como si hubiesen pasado a Phillip K. Dick con William Gibson y Eduardo Punset por la túrmix. La película cogía todo ello y hacía una versión transitable, algo que se le debe agradecer a Mamoru Oshii, con un ambiente hipnótico, a lo que contribuyó mucho la música de Kenji Kawai.

Así, Shirow se convirtió en un referente imprescindible para el cómic japonés en España (y en Occidente), gracias a la reorganización de su material, y pudimos recibir su producción posterior, que fue la secuela de Ghost in the Shell, Man Machine Interface, donde todos sus planteamientos suben un grado adicional y sus estudios sobre seguridad informática hacen de la historia algo para gente con un conocimiento algo más profundo sobre las estructuras de redes que el lector ocasional. Pero Mamoru Oshii decidió que la colaboración con Shirow podía dar sus frutos y ambos se volvieron a aliar para una segunda película (Innocence, también hipnótica pero no tan atractiva) y dos temporadas y una película de una serie de televisión, Ghost in the Shell: Stand Alone Complex.

Sin embargo, Shirow lleva mucho tiempo parado como autor. Lo último propiamente de manga fue un Ghost in the Shell 1.5 con historias de personajes secundarios de la obra original. La mayoría de su trabajo posterior a MMI ha sido dedicado a hacer Fan Service o, lo que es lo mismo, dibujar tías con las tetas gordas. ¿Por qué uno de los autores con unos guiones más enrevesados, reflexivos y profundos se ha pasado a un material que está a dos pasos del hentai más explícito? Pues porque le da el mismo dinero por menos trabajo, lógicamente. Sus libros de ilustraciones demuestran que ha hecho trabajos para videojuegos, novelas y otro material por el que debía sacar un buen dinero sin tener que dedicarle tanto esfuerzo. Es una pena, porque en el panorama editorial que hay hoy en el manga, una obra con el mismo estilo que gastaba entonces destacaría como una antorcha en la oscuridad.

Dinero Facil.

Uno de los rasgos fundamentales de sus obras es que Shirow empleaba personajes femeninos que resultaban muy convincentes como heroínas de acción. Psicológicamente no estaban mucho más trazadas que John McClane (o que la teniente Ripley, para ser más apropiados) pero resultaban suficientemente distintas unas de otras y, como se dice en inglés, eran muy agreeable y convincentes desde el punto de vista del protagonista de una historia de acción, aunque fuese porque empleaba un rasgo central para construir el personaje de forma que no existiesen demasiadas capas pero en sus historias nunca pesó tanto el desarrollo de los personajes como el avance de la trama.

Cada una a su manera, es un recuerdo diferente y una forma de romper con los cánones femeninos japoneses. Las mujeres de Shirow no son, precisamente, unas pavas que se queden a verlas venir y que necesiten un hombre para todo. Salvo una excepción, superan los modelos que incluso otros manga plantean, con personajes que, por mucho que sean protagonistas, en el fondo siguen demostrando ese rollo tan japonés de la mujer tradicional que busca un hombre para su vida (como podría ser el caso de un montón de personajes de series de magical girls). Es cierto, sin embargo, que eso a veces puede levantar dudas sobre estas chicas y su equilibrio mental, como comentaré ahora, pero aún así se me hace difícil pensar en mejores ejemplos de mujeres fuertes en el género.

Las mujeres de Shirow, por orden, son:

-Leona Ozaki: la protagonista de Dominion es una agente de la policía de New Port City, una megalópolis en un futuro hipercontaminado en la que se ha hecho necesaria una policía blindada, o sea, policía con tanques. Leona tiene bastantes malas pulgas, es una chica joven y atractiva con elevado sentido de la justicia (o más bien del orden) y con una fijación un tanto enfermiza con su mini-tanque Bonaparte que todavía no está claro si tiene algo de fetichista.

Una respuesta proporcionada.

-Deunan Knute: protagoniza Appleseed. Hija de un oficial SWAT y también agente SWAT ella misma, se ve metida junto a su novio ciborg, Briareos, en las intrigas dentro y alrededor de Olimpo, una especie de estado a lo Fundación asimoviana que se ha convertido en el centro del mundo civilizado después de una Tercera Guerra Mundial que fue más limitada de lo esperado.

Es una tía dura, resuelta y un tanto paranoica: tan pronto va de compras con una amiga como duerme en un saco detrás del sofá para evitar que la maten en la cama. Eso último es perdonable, ya que no es difícil ser paranoide si intentan matarte. Su relación con Briareos es la única realmente estable y más o menos sana de un personaje de Shirow pero el grado de modificación cibernética de éste hace que la cuestión sobre sus relaciones física sea el elefante en la habitación para cualquiera que lee este manga.

A veces es un poco hombruna pero tiene sentido del humor y no es tan impulsiva como Leona ni tan fría como Kusanagi.

Una parejita encantadora.

-Seska Fuze: navegante de nave espacial del Gran Imperio Yamato, hechicera con grandes poderes e hija de Fuzen, el líder del Clan Fuze de sacerdotes-hechiceros. Es egoísta, pueril, impulsiva, autocondescendiente, obstinada… pero todo eso deriva de su confianza en sí misma y en sus habilidades, que están a la altura: es capaz, poderosa y resuelta. Puede que sus motivos y sus decisiones sean equivocadas pero cree en lo que hace y no se arredra por prácticamente nada. Su cuelgue por el comandante Ronnel la hace un poco tierna. Sin ella, Orion no sería la misma historia.

Es un mondo de entender la responsabilidad como otro cualquiera
(ojo, lectura en sentido oriental, de derecha a izquierda).

-Motoko Kusanagi: el personaje más duro de cascar de toda la colección. Protagonista indiscutible de Ghost in the Shell, es fuerte, resuelta, inteligente y profesional pero también es fría, muy fría, dura, no se casa con nadie y su ética deja un poquito que desear. Su cuerpo es artificial, salvo su cerebro (lo que da pie a algunas de las cuestiones de la historia) y eso puede que tenga que ver con sus discapacidades morales.

Kusanagi es también un personaje interesante porque es sexualmente ambigua: en las páginas del manga puede vérsele con un amante y también con unas amantes, aunque éstas a través de enlace cibernético, lo que alienta dudas sobre si lo es de verdad o si online no cuenta.

Pasando por alto todo lo anterior, Kusanagi tiene también interés porque es un personaje que manifiesta una especie de continua insatisfacción con todo. Desde el principio de la historia se le ve irritada o, como mínimo, hastiada con lo que hay a su alrededor. Es una construcción de motivo que conduce a lo que ha de ocurrir hacia el final de la historia pero su actitud distante, aunque comprensible, le resta empatía y quizás es por lo que se hace más difícil conectar con ella a nivel emocional que con alguno de los personajes secundarios. Eso, por otra parte, transmite exactamente una idea sobre el contexto social en que se desarrolla la historia.

Cuerpo Artificial. Se acabó el gimnasio.

Sinceramente, dudo que Shirow sea un gran constructor de personajes pero a mí me gustan sus mujeres de la misma forma que me gusta la teniente Ripley de Sigourney Weaver. No tendrán una gran complejidad psicológica pero, joder, cuando hay que empezar a pegar tiros uno no se va a poner a llorar como en Magnolias de Acero.

viernes, 5 de febrero de 2010

Actividad Onírica.

El edificio era un torre de apartamentos bastante alta, veinte plantas, por lo menos, con unas buenas vistas favorecidas por los ventanales de los apartamentos.
La mujer vivía en una de las plantas altas, a juzgar por la altura que quedaba hasta el nivel de calle. Debía tener en torno a los cuarenta años y era de modales suaves, voz delicada, morena y más bien poco agraciada. Además, se expresaba de una forma en que parecía tener algún grado, aunque fuese poco severo, de lo que se suele llamar eufemísticamente dificultades cognitivas. No sabía exactamente cómo pero parece se que era mi vecina de abajo.
El hermano de la mujer, un hombre que llamaba la atención como un grano de arena en una playa, había muerto. Es más, había sido asesinado. El motivo se le escapaba a todo el mundo y no fue por un robo. Trabajo vulgar, estilo de vida vulgar, apariencia vulgar. Era tan peligroso como un puñal de miga de pan. No había nada en su modo de vida que pudiera llevarle a las proximidades de la vida delictiva.
La mujer no parecía muy alterada por la situación, lo que no era extraño, dada su condición psicológica. Sólo parecía que le preocupasen las consecuencias derivadas de la muerte de su hermano respecto a su vida cotidiana. El hermano parecía encargarse de todas las labores de la casa o, por lo menos, de aquellas que tuviesen un riesgo, por mínimo que fuese. Ella, constantemente, llevaba una foto enmarcada de su hermano y ella.
Mi compañero, de facciones borrosas, literal o psicológicamente, no decía mucho pero insistía en que el hombre había muerto por un motivo que iba más allá de lo evidente. Había algo oculto.
De algún modo, la maldita foto me obsesionaba. No parecía casual. El hermano se la entregó a la mujer hacía tiempo pero esa manía de llevarla a cuestas constantemente... Como mejor pude, le pedí la fotografía a ella y la estudiamos mi compañero y yo. Había algo, patrones, elementos en ella, que hacían que resultaban llamativos. Había sido manipulada sutilmente pero de forma deliberada.
Con ayuda profesional descubrimos que la maldita imagen era un criptografo*, una imagen en la que se había codificado información. Información importante por la que alguien mataría. Pero, ¿quién?

Creo que me quedaré con la duda.

*no un criptógrafo.

P.S.: ¡Reforma laboral para la casa real!