En el que el autor conoce nuevos amigos y fantasmas de asuntos sin resolver de su pasado se presentan a través de un viejo amigo.
"The Texan turned out to be good-natured, generous and likeable. In three days no one could stand him."
-Catch 22. Joseph Heller-
La semana pasada, como poco, fue interesante. Uno o dos fines de semana antes, una bloguera, Ñita, con la que entablé amistad hace ya un año o dos, con ese mutuo reconocimiento y seguimiento de las entradas de cada uno que a veces se vuelve un poco masturbatorio y que, aunque sólo sea por mantener la pose de hermitaño medio amargado sin la que ningún bloguero de criterio puede sobrevivir, tengo que denunciar como un tanto ñoño.
Habíamos perdido el contacto allá por Diciembre del 2008, cuando perdí mi disco duro (¡y toneladas de porno duramente bajado! ¡malditos coreanos de Samsung!) y, en la debacle, practicamente mi identidad electrónica. Como después vino lo de mi estupenda estancia en el inframundo investigador, mis prioridades eran más lamerme las heridas y buscarme la vida que socializar. Para mi vergüenza, fue ella la que dio conmigo hace poco a través de mi artículo en Viruete.com (¿A qué esperáis? Es ingenioso. ¡Leedlo!) y como ella es también aficionada (¡Ja! ¡Su colección duplica la mía y suma 20 juegos más!) propuso que recuperásemos el contacto y echaramos partidillas de cuando en cuando.
Ha sido de lo más inesperado pero agradable. A veces, con esto de crecer y madurar tengo más la sensación de que los motivos o las oportunidades para perder amigos son más que para hacerlos y el conocer a gente maja con la que llevarse bien y divertirse. Los gustos cambian, te das cuenta de que ciertas personas también cambian o de que no eran como tú creías en su momento. Es mucho más fácil de lo que parece distanciarse de personas a las que tienes afecto y más de una vez no tiene porqué ser algo tan categórico como quedarte de piedra al ver que unas personas a las que considerabas razonablemente inteligentes y maduras siguen creyéndose hoy, a estas alturas de la película, que Saddam tenía armas de destrucción masiva y que la invasión de Irak ha sido positiva para el Oriente próximo.
De momento parece que podemos tener cierta regularidad en las partidas y el Agricola va a ser una estrella de la temporada. Una sorpresa agradable.
"By the pricking of my thumbs
Something wicked this way comes."
-Macbeth. W. Shakespeare-
Pero también me llevé una sorpresa más bien desagradable el jueves. A nivel existencial fue como una emboscada, una mina, un coche bomba... Además, por fuego amigo. Y lo peor es que fue por culpa mía.
Mi amigo Al me introdujo en una cadena de e-mails de una obra de teatro a la que iban a apuntarse su novia y él en la que también estaba incluida otra persona, una antigua amiga común con la que no he tenido contacto desde hace ya nueve años y con la que perdí el contacto de forma poco agradable (a bit of an understatement).
No fue mi mejor momento.
El jueves, estaba demasiado cansado para hacerle caso pero el viernes me lo pasé rumiando la situación hasta que hablé con mi amigo para sacar más información. No quería comprometerme a nada sin saber si iba a estar y tener una situación en la que iba a haber un elefante del tamaño del Titanic en la habitación, por mucho que tirase de toda la hipocresía social que he adquirido desde entonces. Por suerte no soy dado a la acidez de estómago psicosomática pero si pensaba mucho en ello podía caminar por las paredes.
Al final, la situación se desarmó por sí sola porque ni ella iba a ir ni yo pude (además, pensaba que era al día siguiente, así que sufrí la oleada de pánico inútilmente). Sin embargo, la reacción me dejó claro que una situación trivial que podía haber sucedido antes o después había desenterrado un asunto de mi pasado que no había atendido porque, simplemente, había salido de mi esfera de realidad. El sentimiento de culpabilidad por haberme comportado en su momento como un gilipollas no desapareció, sólo quedó tapado por el polvo del tiempo y la distancia sin que ni siquiera discutiese el asunto con Al, que no deja de ser de mis mejores amigos y que, sin saberlo, me estaba amargando el día.
"Los demás son algo así como testigos. Si no existieran, nunca conoceríamos la vergüenza."
-Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo. Haruki Murakami-
La cuestión es que, después de todo este tiempo (si me pongo a pensar que es casi una tercera parte de mi vida me salta el esmalte de las muelas...) y sin contacto el uno con el otro, el habernos encontrado en un acto casual habría sido incómodo pero no necesariamente un desastre ni nada que tuviese consecuencias más allá de unas dos o tres horas de silencios incómodos, devíos de conversación, grupos de conversación separados o cosas así. En realidad, el problema no está en lo que piense ella de mí, en los reproches que pudiera hacerme o lo que sea. El problema es lo que yo pienso de mí mismo a partir de mis acciones de entonces y no haber hecho lo correcto (por orgullo, por estupidez, por terquedad) para corregirlo.
Puede que el resultado hubiese sido el mismo por dejadez, en vez de algo súbito, pero si uno sabe que no actuó de forma correcta y no puede respetarse a sí mismo por eso mismo, entonces poco importa tener a los demás. Es más bien egoista, porque así mis disculpas tienen la finalidad de aliviar mi propia conciencia, no tanto de reparar el daño hecho, pero se trata de hacer lo que uno debe hacer. Y mi conciencia es un rato hija de puta.
lunes, 21 de junio de 2010
martes, 15 de junio de 2010
Transmisiones.
El jueves pasado, por una de esas estúpidas conjunciones de hábitos adquiridos y gestos automáticos y algo de falta de sueño, cometí un error en el laboratorio que, sin ser críticos, demoró la preparación del experimento del día e hizo que perdiese reactivos que podría haber empleado el día siguiente, ahorrando prepararlos en ese día, con el consiguiente incordio, si bien no para mí, sino para una compañera del labo (claro que ella es fija). El caso es que me irritó profundamente porque un error parecido lo cometí el día anterior. El típico error de no fijarse en lo que uno hace y poner un reactivo donde no debe, diluyéndolo de más y echándolo a perder para cualquier experimento que uno quisiera hacer. Definitivamente, no conviene emplear botellas iguales para estas actividades.
El problema no fue trascendente. Se preparó más reactivo y listo. Pero el rebote conmigo mismo me duró buena parte de la mañana. No era cuestión de haberla cagado y quedar en evidencia sino de cagarla como un novato por no estar concentrado en lo que hacía. Orgullo profesional, si queréis. Lo que si noté fue que para contárselo a mi jefa utilicé sarcasmo a mi propia costa. Un mecanismo de defensa pasivo-agresivo, si, pero para ocultar el verdadero cabreo que tenía conmigo mismo. Ciertamente, ni mi tutora ni nadie más tenían por qué soportar mi cabreo así que en vez de ser abiertamente desagradable con los demás hago chistes y comentarios que me dejan en evidencia desviando mi irritación sobre mí mismo pero sin ser abiertamente invasivo con los demás.
Me puse a pensar sobre ello (una ventaja de la plataforma automatizada, poder hacer otras cosas mientras el invento robotizado se dedica a operar el sólo esperando a que te despistes o te ausentes un momento para hacer algo mal y poner todo en crítico) y pensé que, en realidad, la primera reacción que tuve cuando vi a mi tutora fue poner cara de póker y no revelar que, en realidad, estaba cabreado, sino que me cerré en banda el aspecto emocional a pesar de explicar el error y asumir la responsabilidad. Con otras pequeñas cosas que habían ocurrido, en realidad bastante triviales y derivadas de la división del trabajo (que a veces uno puede percibir como más o menos justa) hice más o menos lo mismo pero no me dí cuenta hasta ese momento.
De natural soy bastante poco comunicativo. No es que no me guste airear mis emociones, esa fase la superé al final de mi adolescencia y de una forma más o menos forzada (bend or break, they say), sino que no me gusta que me lean. Me comunico con mis amigos y con la gente a la que quiero pero normalmente, con la gente con la que me falta el grado íntimo de confianza no me gusta que la gente sepa exactamente qué es lo que hay dentro de mi cabeza. No me gusta que la gente tenga toda la información sobre mí ni todo lo que proceso. De hecho, ni siquiera me gusta que mis amigos me tomen por previsible. Me gusta conservar aunque sólo sea una partícula de variabilidad e impredicibilidad. Las conclusiones psicológicas sobre el tema, id a saber pero las filosóficas podrían relacionarse con el libre albedrío, que no lo niego. Me gusta tener por lo menos una pequeña impresión de libertad de acción y capacidad de decisión sobre mi vida y, sin lugar a dudas, creo que eso es lo que más de agobió cuando estaba en el otro labo hace ya un año: la sensación de que mi vida quedaba sometida a control ajeno y a las decisiones de otro. Eso se me hizo realmente intolerable.
Cada uno se expresa de formas muy particulares. La forma de actuar y manifestar lo que uno piensa y siente es algo parecido a la forma en que los barcos navegan por el mar con radio y sensores. Uno puede emplear sus sensores de forma activa, enviando estímulos y observando respuestas en los demás; o emplearlos de forma pasiva, observando y escuchando sin decir palabra. Con la expresión corporal, los gestos y la personalidad ocurre de forma parecida al lenguaje. Es una cuestión de comunicación.
Hay gente que resulta algo parecido a una bengala en una habitación a oscuras. Se les ve venir desde lejos, mientras que otra es más comedida, circulando con señales para indicar su curso y observando a los demás. Y siempre están los que parece que nunca están ahí. No siempre lo que uno aparenta es lo que lleva dentro. Siempre hay payasos que lloran por dentro o esposas trofeo que son muy conscientes de que su vida vale tanto como lo que entretengan a sus maridos pero en las relaciones humanas la comunicación no deja de ser a una escala menor lo que viene a ser entre los países y las agencias de inteligencia: un juego de verdades y mentiras en el que siempre hay que, según el grado de confianza, hay que desenredar más o menos hilos de la madeja.
Me intriga lo que oculta la cabeza de la gente tanto como me obsesiona el ocultar lo que hay en la mía. No soy un jugador de póker especialmente bueno pero creo que le encuentro al juego la gracia más por lo que tiene de estudio de la comunicación humana que por cualquier otra cosa.
lunes, 7 de junio de 2010
Hijos Únicos.
Últimamente me tienen ocupado las prácticas del máster y me apetece poco escribir, si bien es cierto que me disuadía más el tener que hacer la memoria/proyecto de las prácticas, revisando la bibiliografía y componiendo el documento. Se me hace difícil justificar el estar escribiendo en el blog cuando tenía que hacer lo otro pero como he nivelado la situación bastante (y he metido cerca de 30 referencias del tirón: se van a cagar), me lo puedo permitir, creo yo.
Una de las cosas que he planeado para después del máster de una forma más o menos inmediata es abrir un Malta de 15 años que me regaló por mi cumpleaños un amigo que estuvo viviendo en Escocia durante el último año por aquello del trabajo. Es un buen whisky y luce bien en la botella pero estas cosas están para lo que están y por lo menos un amigo ya me lo ha reclamado pero hace falta tener la ocasión propicia.
De lo que me he dado cuenta, sin embargo, es que me da aprensión romper el sello y abrir la botella. Una botella llena y sin abrir es algo perfecto en sí mismo, como concepto, y cambiar eso supone alterarlo, cambiarlo de forma irreversible. Hay otra cosa detrás, claro, una especie de sensación de escasez, de acaparamiento: de que algo (la botella, por ejemplo) se acabe y preocuparme por ver cómo consigo otra o tener que conseguirlo, básicamente. Es algo que noto con pequeñas cosas pero que me resulta irritante.
A efectos prácticos, sin importar que tenga hermanas, las hijas de cuando mi padre estuvo casado por primera vez, soy hijo único. Soy egoísta y territorial pero de crío nunca fui especialmente mezquino ni cabrón de coger las cosas de los demás porque si, más bien lo era a la defensiva, de mantener mis cosas. Mis padres me enseñaron a compartir e hicieron bien su trabajo pero siempre me reservaba cosas para mí, marcaba ciertos límites que también ellos supieron reconocer (todo el mundo tenía y tiene sus juguetes preferidos). Con lo único que siempre mantuve una especie de relación extraña de territorialidad marcada fue con la comida, algo que debería ser más normal en familias con varios hermanos.
Mi actitud con la comida, además, resulta bastante especialita porque lo que me irrita es compartir ciertas cosas de comida y bebida. Me repatea tener que compartir las galletas y el chocolate, la Coca-Cola o las cervezas. Me fastidia tener algo de ese estilo que me gusta y me guardo para mí y que se me acabe o que se lo apropien otros, especialmente cuando no dicen nada al respecto, no dicen que se ha terminado ni nada parecido. Es infantil y pueril, lo sé, pero lo llevo arraigado sin que tenga demasiada explicación, sobre todo porque nunca he pasado necesidad que merezca tal nombre pero creo que debe ser de las pocas manías de hijo único que tengo si descontamos la territorialidad física pero a cada uno lo suyo.
martes, 1 de junio de 2010
La Feria (y el Final de Lost).
El viernes pasado pude salir temprano del labo y me fui a la Feria del Libro. Lo que hace unos años, cuando estaba en la facultad, me resultaba difícil porque estaba ya de exámenes (como estarán dentro de poco muchos a los que no les envidio la situación) ahora se ha convertido medio en hábito, por más que al final no me lleve más de dos o tres cosas por cincuenta euros o menos por dos motivos: 1) porque no tengo pasta; y 2) porque me parece abusivo el coste de algunos libros, hasta en sus ediciones de bolsillo. Me es difícil gastarme más pasta en un libro traducido que puedo leer en inglés, lo que no sólo me ahorra dinero sino también sufrir a algunos traductores ( no necesariamente tiene por qué ser culpa de ellos, creo, sino que tengan que hacer nosecuántos trabajos en poco tiempo y, claro, así salen los trabajos a toda prisa).
De todas formas, el paseo por la feria siempre me ha reportado alguna sorpresa agradable y este año me llevé dos libros (Gomorra y los Soprano y la Filosofía) y un manga sobre la Operación Barbarroja. En realidad, me llevé menos cosas de las que quería llevarme porque había algún otro libro que me interesaba pero, en un raro alarde de sensatez, conseguí ceñirme al presupuesto que me había marcado previamente y me gasté por debajo de los fondos que me había llevado. Aparte de eso, lo habitual: las mismas grandes novedades en todos lados, las casetas que más me interesaban eran las que habían llevado menos material y un montón de gente que carecían del más mínimo sentido de la orientación espacial.
En realidad, el día que me paso por la Feria me lo tomo más como uno de esos días para mí, para estar distanciado de todo y todos y poder disfrutar de mi tiempo despreocupadamente. El resto es secundario. El Retiro, eso si, estaba estupendo y en las zonas de umbría se estaba especialmente a gusto.
Por cierto, soy de los que está satisfecho con el final de Lost:
Sin mi viaje
y sin la primavera
me habría perdido este amanecer.
-Masaoka Shiki-
P.S.: Abono Joven del Teatro Real (menores de 30 años) por algo así como 90 euros para tres óperas (consultad la hoja). No es ya que me tiente, es que lo quieeeero (y pasaré porque ir solo es un rollo). ¿Se apuntaría alguien con la edad?
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