Deben de existir pocas sensaciones tan terroríficas como el día en que uno se planta en el trabajo y le dicen, poco más o menos, que tiene que volar solo. Si uno tiene al jefe encima y le va dando instrucciones de esto o aquello, no hay demasiadas preocupaciones salvo el tener que repetir las cosas porque no salgan o cagarla por torpe (claro que es más difícil si te supervisan). Sin embargo, en el momento en que te dicen que te ocupes de algo tú solo, la cosa se pone peliaguda. No es sólo el riesgo de cagarla bien cagada sino que se suma el enorme vacío lleno de posibilidades (valga el contrasentido) delante de uno y el peso de la pregunta "¿Qué coño hago ahora?" rebotando en el interior de la cabeza. El mundo se abre ante tí con todas las opciones y eso da miedo. Da miedo de verdad.
Es en ese tipo de ocasiones, cuando tenemos que enfrentarnos a la propia ignorancia, cuando nos acojonamos al admitir que no tenemos ni puta idea sobre algo que creíamos manejar ya. La responsabilidad recae sobre uno mismo y se supone que tenemos la preparación necesaria para ello pero no nos lo creemos todavía y llevamos el miedo a cuestas. Necesitamos la prueba de fuego, necesitamos hacer las cosas en solitario para ver que hemos aprendido y que lo que hemos hecho antes ha quedado fijado y que podemos repetirlo sin tener encima a alguien que nos controle y nos lleve de la mano. En cierto modo, quizás porque en mi área de mi profesión se trabaja con cosas que no se ven, que uno confía en que estén ahí y que sólo comprueba mediante métodos indirectos, no a través de sus sentidos, es una forma de superar una cierta sensación de magia, de rito sobrenatural. Uno pasa de sentir que el jefe es el chamán, el brujo vudú que tiene poderes para hacer las cosas a hacerlas uno mismo y darse cuenta de que no hay nada mágico al respecto.
Es bastante chorra que alguien que se dedica a la ciencia pueda sentir algo así pero no me ha pasado sólo a mí. Durante los últimos meses en mi anterior puesto, me encargué de formar a mi sucesora y enseñarle los trucos del oficio y ella me confesó que también tenía la misma sensación. Los protocolos existen por algo pero en ciencia, al trabajar en la frontera entre lo conocido y lo desconocido, creo que es normal que haya esta sensación de magia: la mayoría de las veces uno opera aplicando métodos que se han comprobado en otras situaciones u otros organismos, no hay garantías de que funcione o que los resultados tengan la misma interpretación, por eso el trabajo va más allá de lo material y pasa a lo conceptual, a luchar con las ideas y la información para extraer su sentido. Suena entusiasta, lo sé, pero en el fondo, con el tiempo y la familiaridad, la cosa se atempera y, desgraciadamente, pierde parte de su gracia.
Al hablar con gente un poco familiarizada con el tema, es cuando uno recupera la sensación de magia y brujería que muchas veces tiene la profesión. Cuando se recuerda cómo el abismo está delante de tí, planteando más preguntas de las que nunca hubieses imaginado y sacando las inseguridades y dudas sobre tí mismo que llevas dentro. Resulta, cuanto menos, interesante a nivel psicológico pero supongo que es algo intrínseco a la búsqueda de conocimiento: las personas que tiene esto como profesión no son especiales, salvo unos cuantos genios con una capacidad de proyectar el futuro, pero el trabajo, una vez se supera la dimensión material, lo es.
lunes, 1 de diciembre de 2008
martes, 18 de noviembre de 2008
Deformación Profesional.
Después de licenciarme, una de las cosas a las que le he dado más vueltas es cómo los años de licenciatura me cambiaron a mí. A menos que una persona tenga la consistencia psicológica de un tarugo de madera, lo habitual es que las experiencias por las que pase y que le causen un cierto impacto emocional modifiquen su conducta y su personalidad, no necesariamente de forma radical, pero si lo suficiente como para que se aprecie desde fuera. Una licenciatura universitaria es una de esas experiencias que, casi forzosamente, obliga a invertir tanto tiempo y esfuerzo en ella que el que sale no es el mismo que el que entró.
Recuerdo que, cuando entré en la facultad, mis propósitos profesionales y vitales eran muy diferentes de los que he conseguido y los que me planteo ahora. Eso es normal, por otra parte, y les ocurre a las personas, con estudios universitarios o sin ellos, aunque sólo sea por la progresión de la edad (salvo deshonrosas excepciones, claro), pero en una licenciatura ocurre de forma diferente porque las asignaturas, las ramas de conocimiento y las decisiones que tomamos en base a ellas muchas veces nos revelan cosas con las que no contábamos acerca de nosotros mismos y de nuestra profesión. Porque eso sí, quiera uno o no, su licenciatura es una formación para una profesión concreta (otra cosa es que acabe desempeñandola).
Esas sorpresas, algunas frustrantes, otras agradables, toman un valor u otro según la personalidad de cada uno pero al final sus ideas preconcebidas acaban chocando con la realidad. Hacia tercero me cansé de contar las asignaturas que me habían decepcionado con contenidos que habrían aburrido a un muerto y en segundo ya tenía noticia de qué profesores iba a amargarme las asignaturas en el futuro. Así el ciclo de la vida del universitario se repite de generación en generación y cuando uno tenía esperanzas de poder aprender y disfrutar de una materia acaba aborreciéndola. Como consecuencia indirecta, claro, viene el que lo que uno pensaba que quería hacer con su licenciatura, acaba por no tener nada que ver con lo que realmente quiere hacer. Pero, ¡ay!, si todo terminase ahí...
De verdad, las personas que tienen su vida trazada con tiralíneas desde el principio hasta el final me dan aprensión. He conocido a gente cuyo propósito al entrar en la facultad era llegar a convertirse en investigadores del cáncer y lo han conseguido, o por lo menos están en camino, y resultaban personas completamente aburridas y previsibles. La expresión que me traían a la cabeza era que eran personas de las que follaban con los calcetines puestos, haced de ello lo que queráis. Para compensar, o algo, estaban también los que no tenían ni puta idea y que entraban rebotados de enfermería, medicina, farmacia... claro que esos tampoco duraban demasiado. Más o menos como los que creían que Biología era como una veterinaria y se podrían dedicar a cuidar de perritos y gatitos. Ahora bien, los que no tienen personalidad y se dejan llevar me parecen el otro extremo del espectro de lo lamentable y patético. Claro que resulta que de esos hay un buen montón, porque me faltan dedos en manos y pies para contar los casos de gente que con un transfondo familiar más bien privilegiado se adherían a la moda (bastante habitual en facultades de ciencias de la vida) del jipijismo o todo lo contrario y siendo unos quiero-y-no-puedo se echaban en brazos de Calvin Klein y los putos bolsitos de Tous (en mi opinión la más baja combinación de ñoño y pijo que se ha creado jamás).
La cuestión, por supuesto, es que si los que llevaban su vida con tiralíneas necesitaban sacarse el palo del culo antes de lesionarse internamente, porque lo más normal es que cuando una de esas personas tiene que enfrentarse a una crisis vital de las gordas acabe con su vida hecha pedacitos y sin saber qué coño chocó con él, los que se las apañaban para encajar en un grupo u otro, los que mostraban cierta adaptación, mostraban una flexibilidad que sólo puede traer a la memoria a las grandes estrellas del porno en su género de la doble penetración. Claro, la licenciatura me ha cambiado pero creo que hay un término medio en todo.
Ahora para mí es una gracia el verlo todo desde la distancia y conociendo los patrones, las revoluciones y vueltas que ejecutan los artistas de antemano porque son las mismas que han sido repetidas cientos de veces antes. Es cómico (si bien en un sentido a lo Schadenfrude) saber que más pronto que tarde, sobre todo con la primera tanda de exámenes de Febrero y los primeros suspensos, para muchos de estos imberbes que creían ser tan listos por haber pasado la Selectividad llega el duro invierno y que todavía les quedan años por delante. Con un poco de suerte, aprenderán algo, se formarán como personas y decidirán hacer con su licenciatura algo más que tener un título universitario como cuaquier otro.
Es una lástima que el progreso en la formación de investigador sea una maldita especialización constante y que al final uno olvide la mayoría de las cosas que aprendió al principio pero, en el fondo, y creo que ese es un aspecto inesperado de la deformación profesional, uno luego aprecia muchas de las cosas a las que no se ha dedicado profesionalmente.
Recuerdo que, cuando entré en la facultad, mis propósitos profesionales y vitales eran muy diferentes de los que he conseguido y los que me planteo ahora. Eso es normal, por otra parte, y les ocurre a las personas, con estudios universitarios o sin ellos, aunque sólo sea por la progresión de la edad (salvo deshonrosas excepciones, claro), pero en una licenciatura ocurre de forma diferente porque las asignaturas, las ramas de conocimiento y las decisiones que tomamos en base a ellas muchas veces nos revelan cosas con las que no contábamos acerca de nosotros mismos y de nuestra profesión. Porque eso sí, quiera uno o no, su licenciatura es una formación para una profesión concreta (otra cosa es que acabe desempeñandola).
Esas sorpresas, algunas frustrantes, otras agradables, toman un valor u otro según la personalidad de cada uno pero al final sus ideas preconcebidas acaban chocando con la realidad. Hacia tercero me cansé de contar las asignaturas que me habían decepcionado con contenidos que habrían aburrido a un muerto y en segundo ya tenía noticia de qué profesores iba a amargarme las asignaturas en el futuro. Así el ciclo de la vida del universitario se repite de generación en generación y cuando uno tenía esperanzas de poder aprender y disfrutar de una materia acaba aborreciéndola. Como consecuencia indirecta, claro, viene el que lo que uno pensaba que quería hacer con su licenciatura, acaba por no tener nada que ver con lo que realmente quiere hacer. Pero, ¡ay!, si todo terminase ahí...
De verdad, las personas que tienen su vida trazada con tiralíneas desde el principio hasta el final me dan aprensión. He conocido a gente cuyo propósito al entrar en la facultad era llegar a convertirse en investigadores del cáncer y lo han conseguido, o por lo menos están en camino, y resultaban personas completamente aburridas y previsibles. La expresión que me traían a la cabeza era que eran personas de las que follaban con los calcetines puestos, haced de ello lo que queráis. Para compensar, o algo, estaban también los que no tenían ni puta idea y que entraban rebotados de enfermería, medicina, farmacia... claro que esos tampoco duraban demasiado. Más o menos como los que creían que Biología era como una veterinaria y se podrían dedicar a cuidar de perritos y gatitos. Ahora bien, los que no tienen personalidad y se dejan llevar me parecen el otro extremo del espectro de lo lamentable y patético. Claro que resulta que de esos hay un buen montón, porque me faltan dedos en manos y pies para contar los casos de gente que con un transfondo familiar más bien privilegiado se adherían a la moda (bastante habitual en facultades de ciencias de la vida) del jipijismo o todo lo contrario y siendo unos quiero-y-no-puedo se echaban en brazos de Calvin Klein y los putos bolsitos de Tous (en mi opinión la más baja combinación de ñoño y pijo que se ha creado jamás).
La cuestión, por supuesto, es que si los que llevaban su vida con tiralíneas necesitaban sacarse el palo del culo antes de lesionarse internamente, porque lo más normal es que cuando una de esas personas tiene que enfrentarse a una crisis vital de las gordas acabe con su vida hecha pedacitos y sin saber qué coño chocó con él, los que se las apañaban para encajar en un grupo u otro, los que mostraban cierta adaptación, mostraban una flexibilidad que sólo puede traer a la memoria a las grandes estrellas del porno en su género de la doble penetración. Claro, la licenciatura me ha cambiado pero creo que hay un término medio en todo.
Ahora para mí es una gracia el verlo todo desde la distancia y conociendo los patrones, las revoluciones y vueltas que ejecutan los artistas de antemano porque son las mismas que han sido repetidas cientos de veces antes. Es cómico (si bien en un sentido a lo Schadenfrude) saber que más pronto que tarde, sobre todo con la primera tanda de exámenes de Febrero y los primeros suspensos, para muchos de estos imberbes que creían ser tan listos por haber pasado la Selectividad llega el duro invierno y que todavía les quedan años por delante. Con un poco de suerte, aprenderán algo, se formarán como personas y decidirán hacer con su licenciatura algo más que tener un título universitario como cuaquier otro.
Es una lástima que el progreso en la formación de investigador sea una maldita especialización constante y que al final uno olvide la mayoría de las cosas que aprendió al principio pero, en el fondo, y creo que ese es un aspecto inesperado de la deformación profesional, uno luego aprecia muchas de las cosas a las que no se ha dedicado profesionalmente.
sábado, 1 de noviembre de 2008
Cosas que aprendí trabajando.
Hace ya un año y dos semanas, más o menos, entré a trabajar con uno de los grupos de investigación del área de Fisiología Vegetal de mi facultad. Hasta donde a uno le puede llegar la suerte, la verdad es que a mí no me fue mal: de recién licenciado a un puesto de trabajo en investigación y mileurismo acomodaticio. Otros tienen que pasar años en el desierto del paro o resignarse a un trabajo que nada tiene que ver con lo que estudiaron, así que en realidad estaba en el momento apropiado y en el sitio apropiado para poder explotar mi expediente y mi título.
Durante este año he aprendido bastantes cosas. Las técnicas y propias de la profesión darían por sí solas para páginas y más páginas y, en un buen número de casos, aprendidas a base de pifiarlas las primeras veces; un método de aprendizaje tan bueno como otro cualquiera cuando tienes una vena obsesivo-perfeccionista. De todas formas, eso es más... trivial, porque el trabajo de laboratorio lo podría hacer un simio entrenado.
No, en realidad las cosas importantes que he aprendido en este año de trabajo han sido las genéricas, aquellas que uno puede emplear en cualquier área de su vida y no sólo en su empleo concreto. De todas ellas, sin duda, la que creo que más importancia han tenido son las de gestionar el tiempo y tratar con la gente a nivel profesional. Desde la posición de alumno uno no percibe una serie de matices sutiles que hay en la relación con los demás cuando hay un contrato (y dinero, claro) de por medio a cambio de su tiempo, sus capacidades y su actividad.
Con un contrato de por medio no se valora del mismo modo que estudiando: no es lo mismo tener que levantarse a las siete para ir a clase que para ir a trabajar y poder salir antes y aprovechar la tarde; no es lo mismo perder una hora en la biblioteca sin hacer nada que perder una hora en el laboratorio sin poder hacer nada util. El trabajo en ciencia tiene la gracia de que los resultados son bastante resolutorios: uno puede dedicarle horas pero al final tiene algo con lo que justificar el tiempo invertido y sentirse satisfecho (o no) pero eso hace que el tiempo de vacío sea agónico.
Lo de las relaciones personales a nivel profesional... He tenido la fortuna de conocer a gente muy competente y a las que aprecio como personas además de profesionales pero también la mala suerte de haber tratado con alguna gente que con más de 40 años se comportan con una falta de madurez impropia de su edad: no hay nada peor que gente con inseguridades con un cargo de responsabilidad. Después de comprobar de primera mano la mezquindad de ciertas personas que buscan compensar su incompetencia con el juego sucio y que han explotado a la gente que ha trabajado para ellos, es difícil ver el mundillo como antes. Sin duda, uno de los peores efectos de la competencia en investigación es la cantidad de egos heridos que hay en la profesión y que al llegar a puestos de importancia la gente que rodea a estos engendros se vean atrapadas por estos marrones.
Aún con todo, a pesar de las frustraciones, del tiempo muchas veces invertido para nada y de una cierta sensación de que la vida me pasaba de largo, creo que sin lugar a dudas lo que más me importa de todo lo que he aprendido de este primer año de profesión es que uno debe contar con el fracaso desde el principio y a pesar de todo seguir adelante confiando en la suerte. Y es que la suerte vale más que la experiencia.
Durante este año he aprendido bastantes cosas. Las técnicas y propias de la profesión darían por sí solas para páginas y más páginas y, en un buen número de casos, aprendidas a base de pifiarlas las primeras veces; un método de aprendizaje tan bueno como otro cualquiera cuando tienes una vena obsesivo-perfeccionista. De todas formas, eso es más... trivial, porque el trabajo de laboratorio lo podría hacer un simio entrenado.
No, en realidad las cosas importantes que he aprendido en este año de trabajo han sido las genéricas, aquellas que uno puede emplear en cualquier área de su vida y no sólo en su empleo concreto. De todas ellas, sin duda, la que creo que más importancia han tenido son las de gestionar el tiempo y tratar con la gente a nivel profesional. Desde la posición de alumno uno no percibe una serie de matices sutiles que hay en la relación con los demás cuando hay un contrato (y dinero, claro) de por medio a cambio de su tiempo, sus capacidades y su actividad.
Con un contrato de por medio no se valora del mismo modo que estudiando: no es lo mismo tener que levantarse a las siete para ir a clase que para ir a trabajar y poder salir antes y aprovechar la tarde; no es lo mismo perder una hora en la biblioteca sin hacer nada que perder una hora en el laboratorio sin poder hacer nada util. El trabajo en ciencia tiene la gracia de que los resultados son bastante resolutorios: uno puede dedicarle horas pero al final tiene algo con lo que justificar el tiempo invertido y sentirse satisfecho (o no) pero eso hace que el tiempo de vacío sea agónico.
Lo de las relaciones personales a nivel profesional... He tenido la fortuna de conocer a gente muy competente y a las que aprecio como personas además de profesionales pero también la mala suerte de haber tratado con alguna gente que con más de 40 años se comportan con una falta de madurez impropia de su edad: no hay nada peor que gente con inseguridades con un cargo de responsabilidad. Después de comprobar de primera mano la mezquindad de ciertas personas que buscan compensar su incompetencia con el juego sucio y que han explotado a la gente que ha trabajado para ellos, es difícil ver el mundillo como antes. Sin duda, uno de los peores efectos de la competencia en investigación es la cantidad de egos heridos que hay en la profesión y que al llegar a puestos de importancia la gente que rodea a estos engendros se vean atrapadas por estos marrones.
Aún con todo, a pesar de las frustraciones, del tiempo muchas veces invertido para nada y de una cierta sensación de que la vida me pasaba de largo, creo que sin lugar a dudas lo que más me importa de todo lo que he aprendido de este primer año de profesión es que uno debe contar con el fracaso desde el principio y a pesar de todo seguir adelante confiando en la suerte. Y es que la suerte vale más que la experiencia.
martes, 28 de octubre de 2008
Empezar es todo... pereza.
Bueno, aquí estamos de nuevo.
Hace ya tiempo dejé atrás mi viejo blog personal. El tiempo pasa, la gente cambia, las necesidades se hacen otras... Del mismo modo que decidí pasar de aquello, llevo un tiempo rumiando la idea de escribir sobre mis reflexiones y mis experiencias derivadas de mi primer año de trabajo y las que vendrán en el futuro. Esto en sí no tiene nada de raro y me imagino que por la blogosfera (sea lo que sea eso), habrá paletadas de blogs con ese mismo esquema. La gracia, imagino, está en el negocio al que me dedico.
El encabezamiento del blog creo que lo explica todo: después de un año licenciado en Biología, tengo el firme convencimiento de que la base diaria de mi trabajo, mi pan y mi mantequilla, como se diría en inglés, es, ni más ni menos, algo que podría hacer un simio adiestrado para ello. El trabajo de laboratorio en ciencias de la vida, a diario, es algo escasamente glamouroso, con un montón de tiempos muertos, aburrimiento, frustración y reiteración. El hecho de haber invertido cinco años o más de tu vida para conseguir un título te da una cualificación y unos conocimientos irrelevantes en relación con aquellas labores manuales que se uno desempeña en la primera línea de fuego, en la poyata.
En el fondo, prácticamente para tods las profesiones viene a ser igual: da lo mismo los años que uno haya pasado en la universidad, los cursos de verano, la nota de expediente... Al final te adiestran en el sitio en el que te contratan y pasas a ser un vulgar simio que mueve palancas y aprieta botones, poco más o menos. Claro que hasta para eso hace falta tener algo de talento y haber aprendido algo durante la licenciatura.
La verdad es que muchas de las cosas que forman ahora mis conclusiones sobre mi carrera profesional pasada, presente y futura, han ido sedimentando desde que mis responsabilidades fueron reduciéndose y pasando a mi sucesora en el puesto. Bueno, es algo largo de contar, pero para algo he empezado esta nueva empresa.
Hace ya tiempo dejé atrás mi viejo blog personal. El tiempo pasa, la gente cambia, las necesidades se hacen otras... Del mismo modo que decidí pasar de aquello, llevo un tiempo rumiando la idea de escribir sobre mis reflexiones y mis experiencias derivadas de mi primer año de trabajo y las que vendrán en el futuro. Esto en sí no tiene nada de raro y me imagino que por la blogosfera (sea lo que sea eso), habrá paletadas de blogs con ese mismo esquema. La gracia, imagino, está en el negocio al que me dedico.
El encabezamiento del blog creo que lo explica todo: después de un año licenciado en Biología, tengo el firme convencimiento de que la base diaria de mi trabajo, mi pan y mi mantequilla, como se diría en inglés, es, ni más ni menos, algo que podría hacer un simio adiestrado para ello. El trabajo de laboratorio en ciencias de la vida, a diario, es algo escasamente glamouroso, con un montón de tiempos muertos, aburrimiento, frustración y reiteración. El hecho de haber invertido cinco años o más de tu vida para conseguir un título te da una cualificación y unos conocimientos irrelevantes en relación con aquellas labores manuales que se uno desempeña en la primera línea de fuego, en la poyata.
En el fondo, prácticamente para tods las profesiones viene a ser igual: da lo mismo los años que uno haya pasado en la universidad, los cursos de verano, la nota de expediente... Al final te adiestran en el sitio en el que te contratan y pasas a ser un vulgar simio que mueve palancas y aprieta botones, poco más o menos. Claro que hasta para eso hace falta tener algo de talento y haber aprendido algo durante la licenciatura.
La verdad es que muchas de las cosas que forman ahora mis conclusiones sobre mi carrera profesional pasada, presente y futura, han ido sedimentando desde que mis responsabilidades fueron reduciéndose y pasando a mi sucesora en el puesto. Bueno, es algo largo de contar, pero para algo he empezado esta nueva empresa.
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