lunes, 29 de agosto de 2011

Vudú.

Volví de mis vacaciones a Madrid hace una semana larga (o séa, más como diez días que una semana) y, gracias a ello, no me tuve que tragar la mayor parte de los días previos y correspondientes a la JMJ. Fue algo verdaderamente positivo, ya que la histeria de masas me sienta como un tiro y, a tenor de mi escaso contacto con los "peregrinos", me pareció más una estampida de adolescentes (y no tan adolescentes) con una falta de modales que niega todo el civismo que se les supone por la formación cristiana.

Ya de vuelta en el laboratorio, una compañera ha vuelto de una estancia que ha hecho en EEUU y he podido confirmar algo que intuía desde que la conocí a principios de año: es creyente, más concretamente de los neocatecumenales o kikos. No es mala chica y es, de hecho, inteligente (por lo menos está capacitada para estar haciendo la tesis, que ya es algo), pero resulta chocante comprobar que alguien así esté convencido de los argumentos de un tipo como el tal Argüello (si buscáis vídeos de sus intervenciones os haréis idea rápidamente de lo delirante que es la cosa) si no se ha tenido contacto previo con gente de fe, como le pasa a otra compañera, que no acaba de tener claro cómo es posible algo así. Su intento de comprender la base de las creencias de la otra me han dado un par de horas de la comida la semana pasada que llegaban a ser descacharrantes.

El problema es la falta de un suelo común, claro. No se puede llegar a tener una discusión racional con alguien que está tan metido en ese terreno. La religión se sustenta, a grandes rasgos, en tres pilares fundamentales: la existencia de Dios, la vida después de la muerte y lo que hay que hacer en vida para que la vida después de la muerte sea buena. Las tres religiones más extendidas del planeta (cristianismo, judaísmo e islam) aceptan como base de esos tres pilares que un libro (la Toráh, la Biblia o el Corán) es verdad revelada y prueba suficiente y evidente para sustentarlos. El conflicto viene del enfrentamiento entre los dos puntos: a) no aceptar el postulado de que el libro de turno sea verdad revelada ni prueba; y b) estar convencido de que, siendo verdad, no quepa ninguna duda posible como para discutir. Si no se está dispuesto a dudar de lo que uno cree, no se puede discutir de forma racional.

Para acometer la incongruencia de la religión respecto a la realidad podríamos hacer una revisión de todo lo que sabemos gracias al estudio científico de la realidad, nuestros conocimientos sobre la estructura de la materia hasta niveles tan ridículamente infinitesimales que ni siquiera estamos seguros de que podamos desentrañarlos ni aún con herramientas como el LHC. O, por el otro extremo, de las enormes dimensiones del universo, algo que nos debería hacer recapacitar sobre nuestra importancia en el marco de las cosas, especialmente cuando día si, día no, tenemos cosas por ahí que nos podrían hacer desaparecer en un tris. Y también tengo ejemplos de cómo los elementos fundamentales de la vida pudieron aparecer sin intervenciones extra-naturales. Pero es que, sencillamente, las propias bases fundacionales de todo el tinglado están contaminadas.

Después de más de 2000 años de historia, nuestra comprensión de la realidad no favorece el caso de la existencia de Dios dentro del marco de los libros sagrados, aún siendo laxos en interpretación. Entiendo la dimensión social, la tradición y el enfoque ético y moral pero me temo que para eso, ni siquiera necesitábamos la religión. El pensamiento racional dio a los griegos el pensamiento naturalista y de ello derivó la filosofía y los planteamientos sobre la ética y la moral. Los griegos, 400 años antes del nacimiento de Cristo, esa esquiva figura tan relevante, se planteaban qué es lo que era actuar de forma correcta sin tener que basarlo en el castigo divino ni en las consecuencias de la ley. Es triste sin embargo, que haya gente para la que todavía la voluntad de un presunto creador es la base de lo que debe ser una conducta justa.