viernes, 24 de diciembre de 2010

Deberes para las Vacaciones.

El otro día, a través del Oráculo, me enteré que había alguna persona que sufre un déficit de cine clásico que no llegaré a considerar mortal pero si pone en serio peligro su salud (sobre todo porque cualquiera sabe a quién puede preguntarle por ahí y qué le recomendarían; que me acaba viendo cine iraní). En consecuencia, he decidido escribir una lista de películas de cine clásico que hay que ver si o si para que tanto él como quien más quiera aproveche las fiestas para ilustrarse a la vez que se entretiene. La lista tendrá la longitud que me dé la gana, incluirá títulos en blanco y negro y llevará los comentarios que me vengan a la cabeza. La única cosa en común es que son grandísimas películas que hay que haber visto para no ser un ignorante iletrado imbécil.

-Los Violentos Años Veinte/The Roaring Twenties (1939). Dirigida por Raoul Walsh. Protagonizada por James Cagney y Humphrey Bogart. Historia canónica del cine de gangsters post años veinte, en la que el protagonista volvía de la Primera Guerra Mundial a un país en el que no acababa de encontrar su lugar en la sociedad y caía en el submundo del contrabando de alcohol. La historia es tanto crítica social como cine de género pero ningún gafapasta lo comprenderá. Por cierto, Jimmy Cagney también era actor de comedia musical.

-Historias de Filadelfia/The Philadelphia Story (1940). Dirigida por George Cukor. Protagonizada por Katharine Hepburn, Cary Grant y James Stewart. El ejemplo canónico de la comedia de Cukor y una demostración de que lo que se necesita en una película es, ante todo y sobre todo, un buen guión.

-Double Indemnity/Perdición (1944). Dirigida por Billy Wilder. Protagonizada por Barbara Stanwick y Fred MacMurray, con Edward G. Robinson para rematar. Guión de Raymond Chandler. Película canónica en el cine negro porque expresa claramente su naturaleza trágica: los personajes no pueden escapar de su destino por obvio que sea.

-La Dalia Azul (1946). Dirigida por George Marshall. Protagonizada por Alan Ladd y Veronica Lake. Guión de Raymond Chandler. Esta película muy probablemente marcase el punto más alto, interpretativamente hablando, de las carreras de sus protagonistas. Su argumento es, además, el ejemplo canónico de la historia de cine negro y el reflejo social de éste: había paletadas de jóvenes que habían vuelto de la guerra a un mundo que ya no era suyo y a los que les esperaba un futuro incierto en el que llevar sus cicatrices de dentro y de fuera. Y Veronica Lake era un bollito.

-El Tercer Hombre (1949). Dirigida por Carol Reed. Protagonizada por Orson Welles (otra vez) y Joseph Cotten. Más cine negro, con fondo de la postguerra en la Viena machacada por la Segunda Guerra Mundial y que demuestra, gracias al brillante (otra vez) Welles, que la mayoría de los malos en el mundo real no lo son por maldad sino por su completo desprecio de los demás.

-Al Rojo Vivo/White Heat (1949). Dirigida por Raould Walsh. Protagonizada por James Cagney y Virginia Mayo. Otra historia de cine negro en la que, sencillamente, hay momentos brillantes.

-Sed de Mal/Touch of Evil (1958). Dirigida por Orson Welles. Protagonizada por Charlton Heston (haciendo de policía mexicano; y no es unintencional comedy) y Orson Welles (demostrando que no sólo los directores reguleros como Kevin Smith se ponen fanegas). Por cierto, también está Marlene Dietrich. Otra película de cine negro brillante, esta vez en la frontera y con el fondo de los polis chungos, y con tres actorazos. ¡Vedla ya!

-El Apartamento (1960). Dirigida por Billy Wilder. Protagonizada por Jack Lemon, Shirley MacLaine (cuando estaba como un bollito) y Fred MacMurray (qué suerte que nos dejase Perdición y ésta para perdonarle sus películas Disney...). La historia de un tipo cualquiera, pequeño e insignificante, que para trepar en su compañía les deja el apartamento a sus jefes para que lo empleen de picadero. Una reflexión sobre la naturaleza humana, el amor, la amistad y lo que importa en la vida.

-Uno, Dos, Tres (1961). Dirigida por Billy Wilder. Protagonizada por James Cagney (que, para variar, no hace de gangster). Billy Wilder repartiendo hostias a todos los bandos de la Guerra Fría. Frenética y brillante, es una de las mejores comedias de la historia.

Y de momento, ya está bien. Es casi seguro que en el futuro añadiré más películas a esta lista pero como no tengo prisa en hacer un top 100, espero que baste. Ahora, a disfrutarlas.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Grand Guignol.

Vale, ha pasado ya una semana larga desde la crisis de los controladores aéreos. Tenía en mente escribir esta entrada el domingo de la crisis o así pero preferí esperar a ver si todavía daba tiempo a que en los medios surgieran más gilipolleces y, la verdad, a veces aborrezco tener razón y ver la mierda desde lejos.
En esta semana ha dado tiempo para que el personal haga todos sus análisis y gasten materia cerebral, si de eso tienen, que es cuestión aparte, analizando el tema. A mí la cosa me disparó todas las alarmas la tarde del sábado 4 porque me había pegado la noche anterior y casi lo que llevaba de día pegado al Ciclo de Noticias en CNN+. Para los que no hayáis visto the West Wing, el Ciclo de Noticias es, básicamente, el hecho de que los informativos funcionan como los terriers: cogen una noticia y no la sueltan hasta que el público, por puro aburrimiento o lo que sea, se cansa y ya no le interesa seguir chupando su dosis de pánico o, más en general, drama sobre ese tema. Los fines de semana, los puentes y demás periodos vacacionales suelen tener un efecto devastador en ese tipo de cosas porque, al ocurrir menos cosas (al menos donde importa) pueden hacer que se fije un tema en los informativos y eso desgastar mogollón a los gobiernos, empresas, etc.
Pero me desvío. La cuestión en sí es que ya a eso de las séis de la tarde del sábado de la crisis decidí que ya había tenido bastantes análisis incisivos, declaraciones de afectados y otros lloros por el estilo en CNN+ que no me aportaban nada. Si no hubiese estado haciendo cajitas y manualidades diversas para pimpear algunos de mis juegos de mesa habría cambiado de canal dos horas antes pero aguanté la mierda y sólo cambié para ver la película que emitían en Cuatro como homenaje al recientemente difunto Leslie Nielsen, que no era otra que (bendita ironía del Universo) Aterriza como puedas. Para entonces estaba saciado con la sensación de que algo olía a podrido pero bien.

Revisemos, por un momento, los hechos, a grandes rasgos:
-El gobierno aprueba un decreto que modifica por las bravas el régimen de los controladores justo el viernes por la tarde antes de un puente gordo.
-Los controladores se mosquean y deciden realizar una huelga encubierta abandonando sus puestos alegando enfermedad.
-El gobierno cierra el espacio aéreo. Caos aéreo total, cancelaciones catastróficas, etc.
-Se aprueba otro decreto de militarización del espacio aéreo y se da un ultimatum a los controladores.
-Los controladores siguen diciendo que nones.
-El gobierno moviliza a los militares para que tomen el control de las instalaciones civiles del tráfico aéreo, decreta el estado de alerta y planta sobre la mesa las acusaciones de desobediencia y sedición para los controladores que no se presenten.
-El ministro de fomento comenta que los del sindicato de controladores se han reunido con los dirigentes del PP en la semana precedente.
-Los controladores se van doblando y poco a poco se restaura una especie de normalidad.

Lo peor de todo es que en todos los canales había un ambiente de linchamiento mediático contra los controladores. Bien es cierto que ellos no facilitaron las cosas: su modo de hacer huelga no fue legal y no me parece ni medio digno el intentar soslayar una huelga de verdad con una gripe azul, además de que no dieron la cara en los medios de forma terminante. Sin embargo, todos los medios estaban en la misma onda y lanzaron contra los controladores la misma retórica fácil de números y cifras que tan vacía me suena, especialmente cuando el gobierno ha tenido que causar una excepción del orden democrático para solventar la situación.
Es cierto, por otra parte, y como bien señalaba otro bloguero por ahí (leedlo, es muy instructivo. Buzzeado por Patch), que los controladores tienen un régimen de empleo que es especialmente duro. De forma resumida: tienen unas responsabilidades muy jodidas y controlar un espacio aéreo civil no es el "cubo" que tiene un controlador militar. Como el sueldo base es una mierda (cosa que oculta el gobierno), la mayoría del sueldo viene de suplementos de productividad y horas extra. El problema es que el número de controladores (y aquí está la responsabilidad del gremio) está limitado, entre otras cosas, porque los controladores tampoco quieren dejar de cobrar sueldos altos y gestionar quién entra y quién no, aunque AENA tampoco ha contratado nuevos controladores para evitarse el conflicto laboral. Es decir: que ambos extremos de la película han estado implicados en aumentar la presión del tema hasta que ha roto.

Y ¿cómo ha roto la cosa? El tempo de la crisis no es que resulte sospechoso, es que induce a pensar en premeditación a cualquiera que no sea un completo imbécil. Parece ser que para apañar la papeleta de la homogeneización a nivel europeo de las licencias de controlador para el año 2011, los ministerios de Fomento y Defensa montaron un pequeño plan, que es lo que hemos visto desarrollado en el puente precedente. Es decir: que, aparentemente, el gobierno plantó una encerrona a los controladores en la que éstos, gustosamente, entraron sin pensárselo mucho. El descontento social (de todos aquellos socios que podían pulirse euros en el puente porque tienen empleo y esas cosas; que igual es que yo soy un parado resentido, a lo mejor) y la indignación de la opinión pública (ese público tan respetable que permite que le machaquen sus derechos laborales) facilitaron que un gobierno que se dice democrático y socialista haya hecho palanca con la legislación para militarizar civiles y forzarles a trabajar bajo amenaza de presidio.
¿Qué? ¿Cómo se os queda el cuerpo? En vez de haberse planteado una gestión del tema progresiva y razonable en la que aumentar el número de controladores, implantar límites no ya a las jornadas, sino a las horas extra y así dar a los controladores aéreos y al público una solución razonable en la que no comprometer la seguridad del transporte aéreo ni forzar los límites del estado de derecho, han llevado la situación por un camino que a la larga puede hacer que el estatuto de los trabajadores se convierta en papel mojado y elevar la conflictividad laboral. Es algo tal que sacado de Rubicon*. Si es que a los trabajadores les quedan cojones de luchar por sus derechos, que esa es otra. En fin, camaradas, quizá sea hora de volver a la clandestinidad.

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*Rubicon es una serie de la AMC que han cancelado después de una sola temporada. Era realmente buena pero al parece a la audiencia no le ha convencido una serie de espías (en realidad, analistas de inteligencia) en la que el protagonista no tortura terroristas para salvar el país y todo ocurre en tiempos razonables. Aprovechad para verla, que es muy buena y nada maniquea.
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miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cyberpunk, Steampunk y el fin del futurismo.

A raíz de la última columna de Mosky, me surgió, de forma más o menos intuida, aunque debía estar cociendo desde hace tiempo dentro de mi cabeza, la relación cultural y socialmente anímica entre el Cyberpunk, el Steampunk y nuestro mundo o sociedad.

La movida de wikileaks de la liberación de documentos y los intereses que pueden hallarse detrás de los nobles propósitos de claridad y limpieza en la información que los gobiernos proporcionan a la ciudadanía da pie a plantearse de forma seria que, dejando de lado a los rusos (la cleptocracia del momento) y a los chinos (la dictadura autoritaria por excelencia), quienes difícilmente se ruborizan al dejarse en evidencia sus abusos de las libertades y derechos humanos, es probable que haya grandes grupos de intereses económicos y corporaciones detrás de estas maniobras. Va muy en la línea de argumentar que los gobiernos tradicionales están en declive y que todos los servicios que prestan podrían ser privatizados (algo que la última crisis global ha desmentido, sobre todo cuando Alemania y Francia han mantenido el pulso firme de sus economías mediante un intervencionismo nada disimulado).

Dejando de lado la noticia reciente, lo que queda es la idea, que ya tenía muy asentada, de que el Cyberpunk hace tiempo que pasó de ser ficción especulativa a una especie de crónica realista de nuestro tiempo sólo parcialmente deformada por la falta de ciertas informaciones. El futuro de William Gibson en los años ochenta es nuestro presente, mutatis mutandis. Las megacorporaciones de poder desproporcionado son un hecho desde hace años y la voracidad de Microsot, Google y otros son un reflejo de la lógica monopolista del neoliberalismo económico, la misma situación del entorno reaganiano en el que escribía Gibson. La privatización y mercantilización de casi todo es otro signo similar y no hay que esforzarse demasiado para ver que los contratista de seguridad que han operado y operan en Irak y Afganistán no son más que compañías de mercenarios que trabajan para las compañías privadas que operan en ambos países tan pronto como lo hacen para los gobiernos de ambos estados. De momento las formas y las acciones en los mercados han evitado la violencia física utilizando estos agentes (sin incluir el espionaje industrial, claro) pero no hay que descartar nada en la lucha por los dividendos.
Es cierto: no tenemos las nubes cerradas y el entorno opresivo del Cyberpunk pero a lo mejor es que no nos estamos fijando bien o que el cambio ha sido tan gradual que no lo sabemos captar. Los bloques de publicidad de cualquier cadena mayoritaria nos lanzan un lenguaje de encefalograma plano y una realidad pequeñoburguesa que, comparada con lo que se percibe en la calle, sólo se adapta a un sector de población que sólo podemos definir como los esclavos corporativos, los sarariman que ni siquiera son sarariman porque ya ni siquiera en Japón se opera con aquellos principios feudales por los que uno entregaba su vida a la compañía a cambio de que la compañía te asegurase tus medios de vida. Sales a las calles para contemplar algo que convierte Blade Runner en crónica social mientras la televisión te remite a una vida pequeñoburguesa que sólo pertenece a los lacayos de las compañías.

Aquí estamos, 2010. El Steampunk asciende como corriente estética. ¿Dónde está el atractivo de un futuro pasado, de esa tecnología que nunca fue basada en el vapor y el carbón? Dando de lado los aspectos de imagen, ciertamente de un barroquismo y un estilo reconocibles, hay algo reconocible, aunque a lo mejor no tan obvio: el futurismo, el optimismo que radicaba en las visiones de Verne y de Wells que confiaba en que la tecnología mejoraría nuestras vidas. El ascenso del Steampunk es una reacción frente a un presente en el que la tecnología no nos ha resuelto la vida, si no es que no nos ha vuelto más esclavos de ella misma y de los poderes fácticos (medios de comunicación que nos bombardean con los anuncios, el Spam, el estar controlados y localizados por el móvil, etc.) o directamente está destruyendo nuestro medio ambiente (contaminación, cambio climático y calentamiento global...).
La atracción del Steampunk responde a la necesidad humana de buscar un futuro que, ahora mismo, nos resulta oscuro. Al contrario de lo que argumentaba algún gilipollas, no se ha producido el fin de la historia pero si que se ha producido el fin del futuro. Ha dejado de existir la aspiración por un futuro mejor ya que se ha proclamado que la utopía es inviable e irrealizable, sólo existe un presente perpetuo en el que las cosas son como son y en el que las mejoras y los cambios que pueda haber sólo podrán ocurrir dentro de las reglas del juego que están establecidas. 1984 en versión capitalista liberal o, si se prefiere, Un Mundo Feliz.

En medio de la crisis económica en la que estamos, las evidencias están ahí para verlas: la guerra constante en la que el enemigo es Eurasia, y siempre ha sido Eurasia, es sustituida por las crisis regulares del mercado en las que los especuladores rebañan el pastel sacando beneficio de la destrucción del tejido productivo de los estados. En vez de destruir físicamente los recursos producidos en las fábricas en la guerra contra Estasia, que siempre ha sido nuestro enemigo, los recursos son destruidos en las crisis del mercado y por la obsolescencia programada para generar una necesidad constante de consumo.
El sistema, claro está, queda en manos de los productos electorales de turno, cuya competencia, más allá de los talentos y capacidades de sus miembros, siempre estará limitada por los mercados, las manos invisibles y otros poderes cuya entidad se aproxima más a la metafísica que a lo material. Si los objetivos del marxismo y el socialismo científico son una utopía, al considerarlos fuera de un marco leninista, que se aproxima a la religión, los postulados del capitalismo neoliberal no son mucho mejores: el comunismo busca inmanentizar el escatón (motivo por el que las religiones lo aborrecen: no pueden tolerar un paraiso terrenal, si no se quedarían sin negocio) pero el capitalismo emplea figuras que refieren a la retórica de las divinidades y del destino.

El futurismo lleva años muerto o en coma porque, precisamente, el futuro carece de atractivos. La carrera espacial dejó de tener interés cuando no había unos soviéticos para competir, así que ¿por qué molestarse en marcharse fuera? Podíamos conseguir el paraiso en la Tierra (en versión capitalista y a un precio asequible, claro está). Se acabó soñar con las estrellas, que eso es algo muy caro y no interesa a los votantes. Aquí está toda la aventura que podemos necesitar: televisión, consolas, internet... Y mientras, todos esos medios de comunicación cumplen poco con su nombre y son empleados para vendernos la próxima mierda que no necesitamos y la próxima moda a la que debemos adaptarnos si no queremos ser unos raros y unos marginados y queremos encajar en el grupo; modas, claro, que sólo esconden la necesidad de seguir vendiendo para que la bicicleta del negocio se mueva, no importa que eso implique consumir recursos, no importa que eso no repercuta, no ya en nuestra calidad de vida, sino en nuestra felicidad.
Mientras mucho chupapollas va por ahí alardeando de que hace falta una reforma laboral (sobre los trabajadores por cuenta ajena claro, porque ellos se levantaron por los cordones de sus propias botas), lo que no tenemos es un futuro, con reforma o sin ella, y no a nivel de país sino de especie. Quizá, si en algún momento se reúne suficiente gente despierta, esto pueda cambiar pero por el momento no hay muchos motivos para sentirse optimista.