sábado, 30 de octubre de 2010

Like two ships sinking in the night.

The first time he knew her must have been about ten years ago. It was a casual engagement they came up with a bit on the fly but he would be able to remember they way she looked for years. She was young, smart and perky and certainly had nice looks. Later, things would turn a bit sour. He didn't exactly know what to do with her and he wasn't in the right frame of mind to take decisions of the sort, what with his emotions in turmoil, feeling afraid of others, of being rejected, of being betrayed, of being hurt. He had no emotional training to face this in a half-sensible way, so his decision was simple: stay as far away from her as he could. Duck and cover.

It didn't really solve his problems. The fear, the anger, the angst were all there and had nothing to do with her but it wasn't really as if he needed to add up any more shit to the pile he had to deal with. Things would sort out on their own and at their own pace. Mostly, it happened so and in time he would even lower his guard and sand those sarcastic corners a bit.

However, years would pass and the ending between them of years before would weigh in his heart. He was haunted just as the proverbial house on the hill, only his haunting came from himself, his own conscience questioning and pointing fingers at him. What you need or what you can do is not always what you must do, seemed to be the theme. There is right and there is right. It did not bother him so often, though, but then again separation does help ignore those kind of problems, where the presence of other people is a constant reminder of your own shortcomings and failures.

He lived in a sort of lull concerning her, except for those sudden and abhorrable pangs of conscience when a smell, a sound or an image brought her to his mind. At least until she appeared again through one of those fucking coincidences where you wish the people who got you in contact again had fallen dead where they stood. Panic ensued, to be sure, and he sat on it for some days just to see how things fell. Finally, when the pressure of his conscience to make ammends with his past mixed with the curiosity and the need to vent the fear got to a critical mass, he resolved going ahead and apologising for his past behaviour, settling the matter once and for all.

The way she reacted was quite welcoming, which was no mistery, after all those years. However, there was something that did unsettle him, his own feelings, hopes and expectations. The fear that all could go awry once more if he let them unleashed and guided himself by the same naïve enthusiasm and that fraudster, nostalgia, with her whole array of nice past times that never were. He let it cool for a while, for his own sanity.

They saw each other a while later and, all of a sudden, the fear of his own feelings pulled out of the matter entirely. While a part of him had expected, hoped this for a long time, now a certain feeling of disappointment set in. He couldn't be sure if it was her, how she had changed, or if it had to do with him, something related to his own transformations. What he had expected didn't came to be: instead of finding somebody he could relate to, somebody who made him feel warm inside, he had in front of him someone who let him with a lukewarm sensation, just like when you get a coffee or tea cup that has been left on its own for too long and you taste it without agreeing with it at all. He could not exactly identify what to feel for her or concerning her: he didn't despise or hate her but he certainly didn't like the person he had in front of him. She was perky, young and smart, certainly, and her looks, if anything, had improved, but he felt as if the person he had known had been kidnapped and sent to a Guantanamo-like prison where she had been brainwashed with MTV shows 24/7.

He could not get to hate or despise her but he resented her perkiness and social grace as reminders of his own streaks of biterness and gruffness (the invisible scars of the past which he rarely let show out of manners, a habit which would probably cost him an ulcer), not that he was any worse socially that the next guy but her charm for being the centre of attention combined with her physical attractive made it easier to feel a breach, an insurmountable distance between both. On the other hand, he felt he had exorcised his ghosts: he had offered his apologies and these had been accepted, so he had closure. The present, however, didn't seem interesting or promising. Whatever bonds existed, they were now faint and barely visible and though she could outshine the moon at night, she simply brought too much baggage with her.

martes, 26 de octubre de 2010

Lo Más Bajo.

He estado dando vueltas a cómo plantearlo de una forma que fuera más allá de lo obvio pero la escala de la bajeza de su catadura moral me provoca un desaliento enorme. Para los que no se hayan enterado por otros medios, Fernando Sánchez-Dragó ha reconocido en un libro de conversaciones con Albert Boadella, ahora, después de que haya prescrito el delito, que tuvo relaciones sexuales con dos menores de 13 años en Japón.

Independientemente de sus posturas políticas, que no comparto en absoluto; de sus negocietes con productos "naturistas" de esos del palo homeopático y que estaban sin controlar por la A.E. del Medicamento; y de su pedantería, porque es verdad que sabe un rato y es un tío muy leído, esto me parece lo Más Bajo. Y no me parece lo Más Bajo por el delito en sí, que eso sería ya bastante malo, sino por cómo lo ha contado en tiempo y forma, independientemente de sus excusas de "literaturización".

En estos días, la derecha española, la derecha de siempre, está enseñando la patita como nunca (el alcalde de Valladolid, Antonio Burgos, Alfonso Ussía, etc.). Es lamentable que esta gente pueda seguir mostrando su cara en público pero es el resultado de la plétora de gilipollas y retrasados que les ríen las gracias a esta panda de catetos venidos a más y reconvertidos en juntaletras. Es lamentable que tengan votantes mujeres pero supongo que eso dice bastante sobre el país. Semos mu modernos, me cago en dios.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Cuestión de fe.

Los días me van pasando en el curso de programación y la cosa resulta interesante, además de que noto la mejora de mis capacidades y que ya pienso en términos de lenguaje y veo el código (por lo menos la mayoría de las veces). Tampoco sé si me va a servir de algo profesionalmente pero hace curriculum y aprendo, que ya es algo que me gusta, además de que veo las posibilidades del asunto.

A nivel profesional, por otra parte, estoy moviéndome para ver si saco una beca en un grupo de investigación en patología renal. El tema está asociado a los efectos secundarios de cierta familia de fármacos, lo que me resulta interesante después de la experiencia del máster, y me parece prometedor, así que con algo de suerte no tendré que tirarme mucho tiempo en el paro. Ya veremos.

Por las mañanas me está alegrando el día un libro de Terry Pratchett, probablemente el mejor que tiene del Mundodisco si no de toda su producción: Dioses Menores. Pratchett es sin duda uno de los mejores escritores de humor que he leído, sobre todo por su humanidad, por su modo de aprehender los pequeños detalles de egoísmo y altruismo de las personas a diario y no sólo las personalidades de sus héroes y sus villanos. En la producción de Pratchett los lanceros griegos también son personas. Pero no es grande sólo por eso, no sólo por el material que podría dar lugar a un gran drama, también lo es por su fe completa y absoluta en que el pegamento que sostiene unida a toda la humanidad es su inmitigable, perpetua y obstinada estupidez.

Pratchett, a mi modo de ver, es quizás el último gran cínico. Un cínico adaptado a su tiempo, sin duda, pero un cínico al fin y al cabo. Su apreciación de la naturaleza humana es tan válida como la de Shakespeare, la de Hammett o la de Chandler (curiosamente, todos ellos escritores de género pero cuyas obras tratan de la naturaleza humana), aunque cambie el estilo y se centre en lo humorístico. Deja claro que los seres humanos pueden ser ambiciosos, mezquinos, rastreros, egoistas, generosos, amables, sacrificados y leales pero, ante todo y sobre todo, son estúpidos. Y, a pesar de ello, sobreviven y no son ni más ni menos dignos de respeto que cualquier otro ser vivo.
Dioses Menores es, en este contexto, una historia sobre la fe, sobre cómo los seres humanos tenemos una tendencia a rellenar los huecos de nuestra ignorancia con lo que llevamos dentro y cómo precisamente eso que llevamos dentro puede y acaba sustituyendo aquello que existe fuera de nosotros en realidad. Es una historia (aunque me tiente escribir lección) sobre el fanatismo, sobre los límites de la verdad y sobre la tolerancia (pero esto último es más o menos constante en la obra de Pratchett). El arte de la novela está en que lo que podría ser fácilmente un panfleto contra la religión no lo es, sino que es una puñalada certera contra las organizaciones religiosas.

El tema me ha rondado la cabeza estos días y no sé si precisamente escogí leerme este libro por eso (aparte de que necesitaba una dosis de literatura de humor, eso seguro) o si fue que escogí este libro y por fin he hilado unas cuantas ideas personales que me rondaban en la cabeza sobre la cosa esta de recurrir a la propia imaginación para hallar patrones y rellenar huecos en la realidad sobre los que ignoramos sus fundamentos. Se fundieron las ideas del libro con otras que arrastraba de Me Llamo Earl y de mi propia experiencia pero, como en mi caso nunca ha habido algo así como la fe en un Demiurgo o un Creador, lo mío era relativo al Karma.

De una forma consistentemente irritante, he tenido durante mucho tiempo una especie de fondo de complejo de culpa para intentar hallarle un sentido "kármico" a mis fracasos, incluso a pesar de no existir relación de ningún tipo, una forma de rellenar nexos entre mis faltas reales o percibidas y mis fracasos y/o expectativas frustradas, materiales o emocionales (tipo "Hoy me ha salido mal esto y ha sido porque hace dos días, en vez de estudiar/planchar/etc. me quedé jugando con la consola/tirado en la cama/etc."). No necesito a ningún especialista para ver las señales de una conducta neurótica en eso, vaya, pero esta maldita psique mía está tan jodidamente organizada para ver patrones que la apofenia y yo somos uno.

Lo que ocurre es que, sencillamente, crea uno o no en Dios o lo que sea, es una putada estar en el extremo chungo de las cosas y la pregunta deja de ser ¿por qué a la gente buena le ocurren cosas malas? para ser ¿por qué a mí? Naturalmente, la vida no es justa, no hay justicia porque en el universo material no hay una ley natural basada en la ética o en la moral; de hecho, ni siquiera el karma funciona como un sistema de compensación sobrenatural, si uno se ajusta a la definición se trata, estrictamente, de la acción y sus consecuencias, una especie de mecánica newtoniana de las acciones, nada más. El problema es que el hábito creado socialmente de críos sobre recompensas y castigos no sirve para lidiar con la realidad y tienes que desprenderte de él a medida que maduras pero, aún así, el cerebro aborrece el caos y tiene que imponer sus moldes para soportar el "abismo".

En el último par de años he tenido algunos momentos verdaderamente malos por la ristra de malos rollos que se me juntaron, sobre todo profesionalmente. No me acuerdo quién (¿Murakami?) escribió algo así como que cuando te acostumbras a no conseguir lo que quieres, acabas por no saber qué deseas. Con este marco mental, al final, cuando no consigues lo que quieres, acabas por perder la voluntad para tomar decisiones por miedo a hundirte aún más en la mierda.

viernes, 8 de octubre de 2010

Envidia.

La envidia es un sentimiento malo, muy malo. Pueden hablar de envidia sana, del estímulo que supone para emular a alguien que consideramos que está en mejor posición que nosotros, pero la envidia, la envidia de verdad, corroe porque va de la mano de la codicia, de querer lo que tiene el otro. La envidia, se mire como se mire, es un problema para las personas. Y como el primer paso para resolver un problema es reconocerlo, eso es lo que haré aquí, reconocer dos (ya introduciré el otro luego) problemas que tengo a día de hoy.

El lunes me llamaron para un curso al que me había apuntado de los de formación para el desempleo, que dan en la UPM, uno de programación. Al principio no fui seleccionado pero como a una de las personas la cogieron para un empleo y me tenían como suplente, al final ahí estoy, en una de las facultades de la Ciudad Universitaria chupando cinco horas diarias de programación, para empezar, en C++ y en unas semanas, en JAVA. Tengo que decir que se nota diferencia de nivel entre mis compañeros y yo y que mis bases son de risa comparadas con las de ellos. Es lo que tiene estar rodeados de ingenieros de diversos pelajes y hasta de arquitectos pero bueno, aunque tengo la sensación de avanzar entre el barro, por lo menos avanzo, que ya es algo.

La cuestión es que, después de tanto tiempo (porque ya he pasado por allí varias veces a lo largo de mi vida) he tenido que admitir algo que llevaba dentro: aborrezco la Ciudad Universitaria. Me parece que se ha convertido en una especie de parodia de lo que era en su idea original. Es como un animal de compañía que al principio era perfecto, mono, alegre, juguetón y con el tiempo se ha transformado en una bola de grasa abotargada a la que le cuesta hasta respirar sin asfixiarse por su propio peso. La C.U. soporta un tráfico que hace que pase de ser un campus en condiciones a un trozo más de Madrid, con su aborrecible organización viaria y pésima circulación. A eso hay que añadir que para sus dimensiones sólo hay una estación de metro propiamente en el área de facultades y todo está a tomar por culo entre sí.

Pero eso no tiene que ver con la envidia directamente... No, lo de la envidia es una consecuencia de volver a pasar por la C.U. (aunque creo que a estas alturas hubiese sido normal en cualquier universidad). Lo de ir a una de las facultades en la C.U. hace que de lunes a viernes vea a la fauna estudiantil universitaria y se me forme una especie de bola de material negro, espeso y amargo que gira y se retuerce sobre sí misma, haciendo que apriete los dientes a veces con tanta fuerza que casi se me salta el esmalte. No es (sólo) el pijerío habitual de la C.U., que a menor escala también tenía visto en Alcalá, es la sensación que tengo ahora, estando en el "mundo real", de aborrecerles por vivir en ese limbo que es estar en la universidad, esa especie de Torre de Marfil en la que, salvo raras excepciones, sus objetivos vitales son pequeños y tan artificiales como artificiosos. Envidio esa realidad apacible en la que no ven más allá de licenciarse y pasar asignaturas y a la vez lo aborrezco por ser una especie de inocencia que surge de la ignorancia y por la que se permiten vivir en la inopia. Lo sé porque estuve ahí hace mucho tiempo.

Sin embargo, no voy a dejar aquí lo de la envidia. Ahora vienen los motivos para generarla. Hace unos meses (allá por Mayo, creo) comentaba que el Teatro Real ofertaba abonos para jóvenes (30 años o menos) por 90 euros, que cubrían tres representaciones. Pues el miércoles pasado estuve en el Teatro Real con Ñita y su novio. Fuimos a ver the Rise and Fall of the City of Mahagonny, de Kurt Weill con libreto de Bertolt Brecht (adaptada al inglés), en un montaje artístico de dos de los componentes de la Fura dels Baus. En butacas de patio. De la tercera fila.

Tengo el convencimiento de que la elección de esta obra para estos abonos no fue para nada casual. Si se trataba de ofrecer una serie de obras que atrajeran la atención de los jóvenes hacia el mundo lírico, que tiene una imagen tradicional de antiguo y obsoleto, esta era sin duda una obra muy apropiada, tanto por su actualidad (en el sentido de que fue escrita hace ochenta años, no tanto tiempo y a la vez en su argumento) como por su acabado formal. Los últimos dos años han puesto el contenido de la obra en primer plano y los de la Fura se han lucido poniendo en pie un montaje que va directo a la mandíbula empleando una iconografía que resulta tan evidente como hiriente contra el objetivo contra el que se lanzó la obra.

Todavía la estoy digiriendo a nivel intelectual y emocional, no ya sólo por las metáforas que encierra sino también por los elementos del montaje y, sobre todo, porque tanto el Teatro como la Ópera comparten algo que me mete dentro y hace que suspenda mi incredulidad con una facilidad tremenda: en ambos medios no se pueden hacer trampas. En Cine y en Televisión la necesidad del montaje (originalmente un producto de la limitación física de rodar con bobinas de película de un metraje limitado) se convierte en una virtud del estilo y expresión del film pero a la vez introduce trampas, porque una escena puede filmarse varias veces hasta que sale "bien". Esto resta profesionalidad al actor que sólo se ha formado en estos medios ya que puede permitirse mayor laxitud a la hora de meterse en el papel, al contrario que en teatro y ópera, donde sólo puede salir bien en el momento. Además la secuencialidad no se rompe: en el escenario ocurren cosas todo el tiempo, incluido el segundo y el tercer plano y por tanto el coro y los figurantes deben actuar todo el tiempo y hacerlo con naturalidad, porque no importa que el público esté centrando su atención en los protagonistas: si se fijan en ti y no estás metido en la escena, se rompe la magia.

El miércoles, sin ninguna duda, y a pesar de la crisis alérgica de la soprano, Jane Henschel, todo salió como debía salir y la ovación fue cerrada, constante y larga. No sé si en días anteriores el reparto tuvo una acogida tan cálida pero desde luego se lo merecían. Mención especial a Willard White, un bajo soberbio. Y, permitiéndome la nota frívola, debo decir que las chicas del coro estaban muy buenas (o por lo menos a mí me lo pareció pero puede ser que con cómo me dejo llevar con estas cosas lo magnificase un poco).